Interesante
desarrollo dialéctico “made in Dulcinea
O’Callaghan”. Recordad, queridos lectores, que podéis relatarnos por medio
de nuestro correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com)
las cosas que os hayan pasado ayer. Además, en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com
podéis leer todas las historias recibidas hasta el momento.
-¿Y de verdad
estás segura de que te quieres borrar? -Mi amiga Flori
seguía tratando de convencerme de lo contrario. Ayer, aprovechando la
coincidencia de tener ambas el día libre, quedamos para desayunar en una
cafetería y después, haciendo tiempo hasta que abrieran el sindicato (que, en
esto de abrir, mucha prisa no tiene), dimos un paseo por el parque-. Después de haber luchado lo que has luchado, ¿vas a
tirar la toalla ahora que tienes un buen puesto?
-Ah, con lo de
“haber luchado lo que has luchado” creía que te referías a lo que he luchado
por los trabajadores, no a lo que me ha costado llegar a mi puesto actual.
-No busques
dobles sentidos a mis palabras, Dulcinea. Una cosa ha llevado a la otra: tus
esfuerzos y tu valía en la defensa de los derechos de los trabajadores te han
llevado a conseguir el puesto que tienes ahora.
-Que no, que te
equivocas. ¡Cómo se nota que no has estado metida ahí dentro! -Miré a Flori con cierta indignación-. Mi mayor logro es haber aguantado allí tanto tiempo, y
ni siquiera estoy orgullosa de ese supuesto logro, que ni me explico cómo he
podido llegar a él. Así que imagínate: si repudias tu mayor logro, ¡cómo será
todo lo demás!
-Lo pintas como
si hubieras estado en las cloacas del submundo abisal. Creo que exageras. Sus
cosas buenas habrá tenido para haber estado metida en el ajo tantos años, ¿no?
-Pura inepcia,
Flori: pura inepcia. En cuántas negociaciones de convenios colectivos he estado
en las que, si no he vomitado sobre la mesa, ha sido para no tener que volver a
redactarlos. Conversaciones de palurdos, Flori. Paripés de corbatas y
peluquines. Analfabetos todos.
-Bueno, digo yo
que no serían analfabetos…
-No digo
analfabetos en el sentido de no saber leer y escribir, claro, sino en el
sentido de ser tontos del culo.
-Ah, eso sí…
-Que no hay peor
analfabeto que el que se cree Einstein o Schopenhauer. Y no hay peor empresario
que el que se cree que, por el hecho de saber leer y escribir, ya sabe sumar. Y
te aseguro que he visto a más de un engominado contar con los dedos, y hacerlo
mal, probablemente porque se les pegaba la gomina entre el índice y el pulgar.
-¡Ja!
-Y no hay peor
sindicalista que el que lleva la contraria simplemente por llevarla, aunque
sepa que la otra parte tiene razón. Y el que, para que sus argumentos tengan
más fuerza, se inclina hacia delante y mueve la mesa con la barriga. Pero la
mesa no se mueve porque es de las de reuniones de a siete, y pesa un quintal
métrico, y lo que se mete para dentro es la barriga, y queda un efecto feísimo.
-Pero eso son
simples detalles, Dulcinea. No creo que por esas minucias quieras borrarte del
sindicato.
-Yo odio la
política, ya lo sabes. No la política como idea abstracta, que me parece un
arte muy noble, pero sí la manera burda de llevarlo a la práctica. De lo que me
he dado cuenta con el paso del tiempo, es de que los sindicatos no dejan de ser
pseudo-partidos políticos.
-¿En qué sentido?
-¡En todos! En su
organización, en sus falsos objetivos, en su verborrea insustancial, en su
ineficiencia…
-¿No son a veces
eficaces?
-Eficaces sí, a
veces. Pero no eficientes. Se emplea un número inimaginable de “horas
sindicales” para llegar a una conclusión banal, a una idea peregrina o a un
acuerdo sobre desacuerdos. Es la ineficiencia por antonomasia. He perdido más
tiempo en el sindicato que cuando ensayaba mis confesiones de Primera Comunión
delante del burro Pascual.
-Pues yo creo,
Dulcinea, que tardarán en encontrar a una chica o a un chico tan válido como
tú.
-¿Para
sindicalista? ¿O para político, que es lo mismo? ¡Puaf! ¡Para eso vale
cualquiera!
-Ni de coña.
-Que sí, que sí.
Basta con no saber nada y creer que lo puedes arreglar todo. Y para eso vale
cualquiera.
-Bobadas.
-Cualquiera.
-¡Que no!
-¡Cual-quie-ra!
-Mira, ¿puedes
darme tu carta de dimisión?
-¿Y para qué la
quieres? -le pregunté a mi amiga al tiempo
que abría la carpeta y le entregaba el papel que ya antes habíamos estado
ojeando en la cafetería.
-La voy a tirar
al río -Flori arrancó a correr hacia la
barandilla; y yo, no sabiendo si la cosa iba o no en serio, salí detrás de ella
con el claro propósito de alcanzarla, y el azar nos condujo a ambas hasta el
lugar exacto del episodio del mendigo, aún con la barandilla rota, y unos operarios
municipales que parecía que iban a poner una barrotes nuevos.
-Ahhh… -jadeé mientras sujetaba el brazo de Flori, que ya asomaba
sobre el río con la mano a punto de dejar caer mi carta de renuncia sindical;
qué buena ocasión para tratar de averiguar si fue un tsunami u otra cosa lo que
produjo el estropicio-. Perdónenme un segundo, ¿podría
hacerles una pregunta?
-Cómo no,
señorita -me respondió uno de los operarios,
un tanto sorprendido por la escena infantil de la persecución.
-¿No sabrán cuál
fue la causa de la ruptura de la barandilla?
-Señorita,
nosotros no sabemos nada de nada; simplemente vamos a ver si lo arreglamos.
Flori me miró cabizbaja, se separó de la barandilla y me
devolvió la carta.
-Vamos, que te
acompaño al sindicato, a ver si ya está abierto…
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