lunes, 6 de agosto de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXIII)

Historia totalmente verosímil la que nos envía nuestra amable colaborada Dulcinea O’Callaghan. A través de nuestro correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com) vosotros también podéis contarnos las cosas que os han pasado ayer. Para leer todos los relatos: www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



Tres veces al año voy a visitar a mi madre al pueblo. Una es por Navidad; otra, por su cumpleaños, allá por marzo; y la tercera es por su santo, cosa que a mí no me hace mucha gracia -todo este tema de las religiones solo suelen traer cristos-, pero sé que a ella le llena de ilusión y por eso lo hago. El ritual de este día es siempre el mismo: voy la tarde anterior al pueblo, paso allí la noche y después nos levantamos mi madre y yo a las cuatro de la mañana para ir andando, en una especie de penitencia, hasta un par de pueblos más allá, que es donde se celebra la misa en honor a la Virgen a las seis de la mañana, como si la Virgen estuviera muy ocupada a otras horas.

Pues fue ayer que nos levantamos exactamente a las cuatro de la mañana. Desayunamos, nos vestimos para la ocasión y, en esas horas en las que la noche veraniega todavía prevalece sobre el amanecer, nos pusimos en marcha camino abajo. Como todos los años, la conversación que tuvimos en el trayecto fue más o menos la misma. Una conversación que más bien tiende al monólogo.

-Bueno, hija, ¿y sigues viviendo sola en la ciudad?
-Sí, mamá.
-Pero ya te vas haciendo mayorcita, ¿no?
-Un año cada año que pasa, mamá. Como todo el mundo.
-No me respondas así, hija. Te pareces a tu… Bueno, dejémoslo. ¿Y sigues trabajando en el mismo sitio?
-Allí sigo, sí.
-Cuida bien de tu trabajo, hija, que ahora están muy mal las cosas. La Doro, la de la plaza, tiene una prima que tiene una vecina cuyo sobrino conoce a un señor que se quedó en el paro porque…
-Ya me lo has contado, mamá.
-Ya, pero se quedó en el paro porque una vez, estando enfermo de silicona, después, cuando volvió a trabajar…
-Mamá, no seas pesada, que aún voy medio dormida.
-Ay, hija, pero tú tienes un trabajo muy majo, y una edad muy maja, y a lo mejor es un buen momento para que sientes la cabeza y conozcas a algún chico, y…
-Conozco a muchos chicos, mamá. Y a muchas chicas.
-Esa amiga rara que tienes, la Flori, no me gusta nada, hija. Cuando digo que te vendría bien conocer a algún chico, ya sabes a lo que me refiero, Dulcinea.
-Claro que lo sé. Me lo dices cada vez que me ves.

En este caso, ni siquiera apenas me veía, porque aprovechaba para soltarme todo ese rollo con nocturnidad. Precisamente, muchos en el pueblo nos decían que teníamos que ir con cuidado a esas horas por esos caminos, que teníamos que ir en coche o con más gente, que era muy peligrosa para dos mujeres esa caminata que hacíamos por muy noble que fuera el motivo. Por si acaso, yo siempre llevo en el bolso un spray antivioladores, pero nunca había llegado a necesitarlo… hasta ayer.

Salió de repente un hombre de entre unos matorrales y se nos abalanzó. De noche, todos los gatos son pardos y todos los violadores son negros, así que no podría describir con más precisión a esa figura oscura. A mi madre no le dio tiempo ni a gritar, pero a mí sí me dio suficiente como para meter la mano en el bolso y descargarle medio bote sobre la cara. Entre dioses, alaridos y juramentos, huyó el violador desorientado, a ciegas completamente entre la nube del spray y la noche. Nosotras nos llevamos un susto de órdago, pero ese violador iba a estar un par de semanas en el dique seco.

No contamos nada a nadie cuando llegamos a la iglesia del pueblo vecino. Ni siquiera en la media hora extra que tuvimos que esperar a que llegara el cura suplente.

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