viernes, 13 de abril de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXI)

Dulcinea O’Callaghan nuevamente nos escribe a anonimosindocumentados@gmail.com para contarnos lo que le ocurrió el día de ayer. Podéis mandarnos a esa dirección de correo electrónico vuestras propias experiencias así como leer todas los relatos en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Mi amiga Flori y yo somos muy parecidas en muchos aspectos -nunca se sabrá si somos amigas por esto o si ha sido la amistad lo que nos ha hecho ser tan parecidas-, pero en otros somos radicalmente opuestas, y mentiría si dijera que no la envidio por todas las cosas que nos distinguen. Este es precisamente el mejor ejemplo de nuestras diferencias: Flori es incapaz de sentir envidia por nada porque está en paz con ella misma sean cuales sean las circunstancias que la rodean.

De hecho, Flori acoge en su organismo casi todos los males científicamente probados que pueden afectar al cuerpo humano. Es como un albergue calentito donde van a parar todas las enfermedades que no encuentran otro sitio donde ir. Y, sin embargo, nunca se queja por nada. No se trata de estoicismo o resignación; es como si asumiera relajadamente que, si no fuera así, no sería Flori. Por el contrario, yo me quejo por mirarme en el espejo del baño y no encontrar nada por lo que quejarme.

Ayer la acompañé al hospital. “Sigan la línea amarilla hasta el final y esperen allí”. La línea acababa en una pequeña sala de espera integrada en el mismo pasillo y rematada por un cartel en el que se enumeraban los medicamentos que podrían alterar la prueba del TAC, debiendo avisar previamente al médico en caso de estar tomándolos. Flori los leyó con atención y comprobó sorprendida que ninguno de ellos formaba parte de su menú diario.

Sí, Flori tenía que hacerse un TAC. Sus frecuentes e intensos dolores de cabeza llevaban sin diagnóstico claro ya muchos meses. El TAC podría ayudar a encontrar el problema. Yo, en su lugar, estaría acojonada. Ella, tan pichi, hacía un sudoku como quien hace un crucigrama.

“Puede pasar ya. ¿Usted es la acompañante? Puede pasar también”. “¿Sí? Yo creía que esta prueba requería intimidad”. “Eso era de antes. Ahora tenemos un nuevo protocolo. Pasen, pasen, por favor”. La enfermera se sentó junto a la doctora en aquel lado de la mesa y nosotras justo enfrente. Yo esperaba una sala llena de aparatos o al menos uno muy grande; sin embargo, aquello parecía más bien un consultorio rural. Tampoco conocía muchos consultorios rurales, pero estaba segura de que debían ser así. La doctora abrió el fuego.

“Supongo que habrá leído la lista de medicamentos incompatibles”. “Por supuesto”. “Bien, ¿podría decirme si recuerda alguno de ellos?”. “¿Cómo?”. “De la lista de medicamentos que acaba de leer, ¿podría recordar el nombre de alguno?”. Y va Flori y dice:

DIANBEN
AVANDAMET
COMPETACT
EFFICIB
EUCREAS
GLUBRAVA
ICANDRA
JANUMET
METMORFINA
VELMETIA
ZOMARITS

Nos quedamos las tres a cuadros. “Joder, los ha dicho en orden y todo”, murmuró la enfermera mientras miraba con preocupación a la impertérrita doctora, quien finalmente se quitó las gafas y señaló a Flori con ellas. “Me temo que el diagnóstico es claro: tiene usted un tumor cerebral que le afecta a su capacidad memorística, positivamente en este caso”. Yo no pude evitar lanzar un grito a medio camino entre la sorpresa y la fatalidad. Flori soltó un bufido. “Bah, ustedes de lo que se tienen que preocupar es de escribir los carteles con coherencia. ¿Por qué narices han puesto todos los medicamentos por orden alfabético excepto el primero?”. Si antes nos habíamos quedado las tres a cuadros, entonces nos quedamos ajedrezadas. La doctora dio un par de vueltas sobre su silla giratoria lamiendo una patilla y concluyó: “El diagnóstico es claro: cualquier problema cerebral habría impedido tal capacidad de razonamiento, luego está usted libre de todo tumor”.

Flori se quitó el moquillo con un pañuelo de papel, vestigio del último de sus múltiples constipados, y lo encestó en la papelera. “¿Así sin más, doctora?”. “Es una gran noticia: debería sentirse muy aliviada”. Mi amiga se quedó un rato sin pestañear -yo ya lo estaba hacía tiempo- y, en vistas de que nadie decía nada más, asintió mirando a la papelera, me agarró por el brazo y me llevó hasta la puerta. “Muchas gracias, doctora. ¿Para salir del hospital?”. “Basta con volver a seguir la línea amarilla”. “¿Cómo es posible que la misma línea amarilla que antes me trajo hasta aquí me lleve también fuera del hospital?”.

Damasquinadas: así nos quedamos esta vez. Damasquinadas. Cuando la doctora recuperó el flujo sanguíneo, saltó hacia la puerta para impedir que acabáramos de atravesarla. “Un momento, un momento. Dejemos a un lado lo de la capacidad de razonamiento… Este nuevo método está resultando inconcluyente. Lo mejor será hacerle un TAC convencional para precisar el diagnóstico. Le daremos cita urgente para dentro de seis meses”.

Ya en el exterior, mi curiosidad me llevó a querer preguntar a Flori sobre todo lo acontecido, pero mi amiga selló mis labios con uno de sus dedos y sonrió como solo saben hacerlo personas como Flori.

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