viernes, 12 de octubre de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XL)

Casi un año después de que Melchor Lasiesta inaugurara esta sección en una oficina de Correos, vuelve al lugar en donde todo esto empezó con un martillazo en el pie. Vuestros relatos de lo que os ha pasado ayer los podéis enviar a la dirección de correo electrónico que ya conocéis (anonimosindocumentados@gmail.com). Para leer todas las historias: www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



Ayer por la mañana sonó el telefonillo del portero automático en el preciso momento en que acababa de sentarme en el baño para mantener el habitual diálogo con mis intestinos. No me preocupé por no poder atender la llamada porque las pocas veces que suena el telefonillo suele ser uno de los amigos imbéciles de mi vecino imbécil, que tocan el timbre equivocado porque son imbéciles.

Sin embargo, esta vez era el cartero. Lo sospeché cuando un minuto después miré por la ventana y le vi alejarse en su moto, y lo confirmé cuando bajé a los buzones y cogí la notificación que me había dejado: tenía puesta una cruz en “ausente” y el aviso de que tenía siete días de plazo para recoger la carta en Correos. ¡Coño, yo no estaba ausente: sólo estaba cagando!

No tenía otra cosa mejor que hacer y me acerqué andando hasta la Oficina Postal, que afortunadamente no queda a más de diez minutos de mi casa. Tras el mostrador, un hombre con aspecto de piligüili. Paso por alto los saludos protocolarios y la explicación de los motivos ya conocidos de mi presencia en Correos.

YO: Vamos a ver: lo que yo no entiendo es que el cartero marque “ausente” cuando yo no estaba ausente. ¿Ve la hora de entrega? ¿Ve la hora que es ahora? ¿Ve dónde vivo? No me habría dado tiempo a estar aquí con esta notificación si no hubiera estado en mi casa a la hora de la entrega.
PILIGÜILI: Bueno, y si no estaba ausente, ¿por qué no contestó?
YO: Ya que me lo pregunta, estaba soltando un chorongo que sólo cabía enroscado.
PILIGÜILI: Usted comprenderá que no podemos poner en la notificación ese motivo ni, en general, una casilla para cada supuesto por el que el destinatario no abre la puerta de su casa…
YO: Esa es otra, ahora que lo menciona. El cartero ni siquiera llamó a la puerta de mi casa; lo hizo al timbre del portero automático.
PILIGÜILI: Bueno, da lo mismo.
YO: No, no da lo mismo. El cartero debe entregar las cartas certificadas, en este caso, en mi domicilio. Para ello, tiene que llamar a la puerta de MI DOMICILIO, no al timbre de abajo.
PILIGÜILI: Pero el timbre que el cartero toca abajo suena arriba, en su domicilio.
YO: Ya. Pero si me llama al móvil mi tía la de San Petersburgo, el móvil me suena aquí, pero mi tía no está aquí: está en San Petersburgo.

El debate sobre estas cuestiones espacio-temporales no duró más que un par de intercambios porque el ejemplo que acababa de soltar era inapelable, y el piligüili rápidamente se dio cuenta de ello.

PILIGÜILI: Está bien. Pero, en definitiva, aparte de la carta que ha venido a buscar, ¿qué es lo que quiere?
YO: Pues resulta que estoy perdiendo aquí un tiempo muy valioso de mi vida que no estaría perdiendo si el cartero me hubiera entregado la carta en mano en mi casa, que era lo propio.
PILIGÜILI: Estaba usted cagando…
YO: Bien, pero él no lo sabía. Y no lo sabía porque no llegó a subir a mi casa. Si hubiera subido aunque fuera sólo un par de pisos ya le habría ido dando en la nariz, pero no subió.
PILIGÜILI: De acuerdo.
YO: Reclamo entonces el pago por esta media hora que he perdido sumando el trayecto y la estancia aquí.
PILIGÜILI: ¿Cuánto vale media hora de su tiempo?
YO: Pues… 5 euros.

Va el piligüili y, además de la carta certificada, me da 5 euros. Admito que tardé unos segundos en reaccionar. Jamás habría pensado que pudiera producirse este desenlace. Pasado ese lapsus de acomodamiento mental, vi claro el siguiente paso.

YO: A lo que habría que añadir el gasto por transporte.
PILIGÜILI: ¿En qué ha venido usted a correos?
YO: En coche, por supuesto. En uno que consume mucho.
PILIGÜILI: ¿En coche? ¿Ha llegado aquí en 10 minutos con el tráfico que hay a esta hora? ¿Y dónde ha aparcado? ¿Seguro que ha venido en coche?
YO: Pues… ¿En coche he dicho? No, no… Quería decir en… helicóptero.
PILIGÜILI: ¿En helicóptero?
YO: Sí, en uno que consume mucho.
PILIGÜILI: ¿Y lo ha dejado en el helipuerto de Correos, aquí, en la terraza?
YO: Eh… Por supuesto. Y en doble fila, así que seamos rápidos, que todavía se lo lleva la grúa y vamos añadiendo gastos…
PILIGÜILI: Vaya por Dios, qué razón tiene. ¿Cuánto le ha costado entonces el viaje en helicóptero?

No domino las tarifas aeroportuarias, así que la cantidad que dije hay que tomarla simplemente a modo orientativo.

YO: 2.000 euros.
PILIGÜILI: Me parece justo. Aquí tiene y disculpe las molestias.

Lo que tardé en agarrar los 2.000 euros y alcanzar la puerta de salida se lo puede uno imaginar.

PILIGÜILI: ¿Adónde va por ahí? ¿No sube al helipuerto por los ascensores?
YO: Prefiero escalar desde fuera, que tengo puestos los calzoncillos de Spiderman.

En ese instante, una ambulancia aparcó en la acera frente al edificio y varios enfermeros se cruzaron conmigo en la puerta a todo correr. Un compañero del piligüili les esperaba y les hacía indicaciones. Yo, desde fuera, ya sólo pude oír débilmente.

COMPAÑERO DEL PILIGÜILI: ¡Deprisa, deprisa! ¡Algo le pasa al piligüili este! ¡Lleva toda la mañana dando la razón a los ciudadanos!
ENFERMERO PORTAVOZ: ¿Y seguro que es un funcionario?
COMPAÑERO DEL PILIGÜILI: ¡Seguro, seguro! ¡Algo le pasa!
ENFERMERO PORTAVOZ: ¡Vaya que sí! ¡Llevémoslo rápido al hospital! ¡Es un caso muy grave!

Supongo que allí llevaron al piligüili: yo ya estaba en casa con 2.005 euros y una carta certificada que, por cierto, aún no he abierto…

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