domingo, 21 de octubre de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XLI)



Episodio de Dulcinea O’Callaghan en la oficina. Recibiremos con mucho gusto en anonimosindocumentados@gmail.com las historias que os hayan sucedido ayer. Para leer todos los relatos: www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



A sabiendas de que la conversación no iba a llegar a ningún lado, ayer en el trabajo me dejé llevar por mi verborrea analítica frente a mis poco avispadas compañeras. Todo empezó cuando una de ellas, creo que la rubia de bote, comentó que ya había salido el listado oficial de días festivos para el próximo año y que ahora solo faltaba que el jefe distribuyera las quincenas en el calendario para poder empezar a planificar las vacaciones. A mí me sorprendió notablemente que alguien como ella pudiera pensar en planificar nada, pero sus palabras sirvieron como punto de partida del debate.

-Qué fácil sería si todos los meses tuvieran 28 días, como febrero -maticé-, y además siempre empezaran en lunes.
-¿Y eso por qué?
-Pues porque no habría que pensar nada: estaría ya todo mascado. Siempre cuatro semamas exactas por mes; siempre el día 1, lunes.
-No le veo la ventaja, la verdad.
-Para empezar, ¿podrías decirme en qué cae el 7 de agosto del año que viene?
-Y yo qué sé. A ver, mi cumpleaños este año cayó en jueves, así que el año que viene caerá en… ¿Hay que sumar un día o hay que restarlo?
-¿Lo ves? Tienes que hacer cálculos engorrosos o, en su defecto, mirarlo en un calendario. Sin embargo, según mi idea, sabría inmediatamente que el 7 de agosto es domingo.
-¿Por qué?
-Porque el día 1 siempre es lunes.
-¿Y por qué?

Aquí fue cuando mi otra compañera, la tonta del bote, creo, acertó sin querer en reorientar la conversación, pues por esta vertiente habíamos llegado a punto muerto.

-“30 días trae noviembre/ como abril, junio y septiembre”.
-¿Y eso a qué viene? -respondí arqueando una ceja.
-Es un refrán muy bonito, y muy verdadero. Los meses no pueden tener todos 28 días porque no sería verdad.
-Ah, no pasa nada. Escucha este otro refrán: “28 días tienen/ todos los meses que vienen”.
-Nunca había oído ese refrán.
-Es que es chino mandarín.
-¡Ah, sí, es verdad! Que en China tienen otros meses: el del Gato, el del Ratón…

La otra compañera volvió a recuperar la iniciativa y dijo algo que apuntaba hacia lo inteligente: se ve que había estado pensando en ello todo el tiempo que estuvo callada.

-Ya, pero si todos los meses tuvieran 28 días, ¿cuántos días tendría un año?
-¡Ay, ay, déjame calcularlo a mí! -saltó la otra, quien empezó a teclear sin parar durante cerca de un minuto, probablemente por desconocer la útil herramienta de la multiplicación-. ¡336 días! ¡Un año tendría solo 336 días!
-Bueno -reflexioné con aparente solvencia-, eso se arreglaría fácilmente añadiendo un decimotercer mes. De ese modo, 336+28=364. Es decir, un año tendría 364 días distribuidos en 13 perfectos meses de 28 días cada uno. Bastaría con añadir una semana más en ese último mes cada equis años para ir ajustando los calendarios como se hace ahora con los años bisiestos.

Se colapsaron. Yo estuve un rato rascándome la barriga.

Llegó el jefe y nos vio de esa guisa.

-Algo tramáis, os conozco -dijo según se dirigía a su despacho-. A ver, ¿tenéis algo que decirme?

Por costumbre, suele tocarme a mí hacer de portavoz de mi grupo parlamentario, sobre todo ante temas abiertamente polémicos. No era este caso, pues nuestra charla había discurrido por la senda de lo intrascendente y lo memo. Así que se me adelantó en la respuesta una de mis compañeras, da igual cuál de ellas.

-Estábamos hablando sobre por qué se les llama quincenas si tienen 14 días.

No sé si dijo esas palabras porque fueron las que primero se le ocurrieron para salir del paso, lo que me habría resultado brillante, o porque fue la simple conclusión que había sacado de mi esforzada exposición teórica. En todo caso, el jefe se encogió de hombros y se encerró en su despacho sin ademán ninguno de mirarnos siquiera de refilón. Y nosotras tres, como si nada, volvimos a nuestras tareas: actualizar unas bases de datos, grapar unos folios y desgraparlos. Respectivamente.

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