lunes, 5 de noviembre de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XLII)



Nuestro gran colaborador Melchor Lasiesta vuelve a regodearse en la bobada gratuita, con independencia de que pueda ser perfectamente un hecho verídico. Podéis mandarnos a anonimosindocumentados@gmail.com los relatos que cuenten lo que os ha pasado ayer. Para leer todas las historias: www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



La carta certificada era de la Infradelegación del Gobierno, que es el organismo que está justamente por debajo de la Subdelegación del Gobierno, como todo el mundo sabe. En dicha carta se me informaba de que tenía que presentarme en su sede el domingo 4 de noviembre a las once de la mañana. O sea, ayer. No se me indicaba ningún motivo en concreto, ni ningún orden del día ni nada de nada. Supuse que tampoco pasaría nada si no me presentaba, pero finalmente me decidí a acudir a la cita. Y eso, por varios motivos. Uno: porque no tenía otra cosa mejor que hacer. Dos: porque en ese tipo de lugares, como en los hospitales y en los supermercados, siempre suele haber talento. Y tres: porque, si de Correos salí con 2.005 euros, si de Tráfico salí con un cheque y si del INEM salí con un ordenador bajo el brazo, a lo mejor de la Infradelegación del Gobierno salía con un Porsche bajo el culo.

Así que ayer me presenté en tal lugar a eso de las once menos diez. Aquello estaba cerrado, cosa comprensible siendo domingo. Nadie había alrededor con apariencia de estar, como yo, esperando a que abrieran. Un poco después llegó un señor de corbata torcida y aspecto avinagrado. Sin dirigirme la palabra, abrió el local con una especie de ganzúa de las que se atan los suicidas a los pies antes de tirarse al mar. Avanzó recibidor adentro y le seguí por pura lógica: si yo estaba esperando afuera a que abrieran, una vez que hubieron abierto, no entrar habría sido una incoherencia.

SEÑOR AVINAGRADO: ¡Qué hace usted aquí dentro!
YO: Estoy citado.

Como veis, opté por la respuesta corta: de haber respondido con el razonamiento arriba indicado, me temo que aún estaríamos allí de pie.

SEÑOR AVINAGRADO: Ah, lo podía haber dicho antes.
YO: Lo he dicho cuando se me ha preguntado.
SEÑOR AVINAGRADO: Bien; pase a la Infrasala de Usos Múltiples, que es esta de la derecha, y espere a que lleguen los demás.
YO: De acuerdo. ¿Tenéis Donuts?

Pero el señor avinagrado, que se había sentado al otro lado de un mostrador, no tenía visos de ir a servirme nada, por lo que me decidí a entrar en la Infrasala a esperar. No sé a qué ni a quién o a quiénes, pero esperar es una de esas actividades que se pueden hacer sin mayores razones, infraestructuras ni miramientos. Es, de hecho, una de las pocas cosas gratis que quedan. Esperar.

Poco a poco fueron llegando más personas, como yo, con toda la pinta de estar ahí sin saber por qué, y se acomodaron en los asientos de las filas de atrás: yo me había sentado en la primera fila por la sencilla razón de ser la más cercana a la puerta, y nunca está de más poder ser el primero en huir en caso de necesidad.

Un cuarto de hora después, cuando el medio centenar de pringaos que habría en la Infrasala estaba ya empezando a murmurar, entró una mujer bien vestida y duchada y se colocó en el estrado frente a nosotros. Cesó el murmullo y la mujer tomó la palabra.

INFRADELEGADA: Bien, buenos días. Les hemos citado aquí para comunicarles que, de acuerdo con la nueva política de optimización de los recursos de la Administración Pública, dentro del marco de austeridad que nos impone la coyuntura socioeconómica actual, para comunicarles, decía, que la carta certificada que han recibido, por la cual están ustedes aquí reunidos, esa carta, decía, será la última carta certificada que reciban de la Infradelegación del Gobierno en aras a cumplir con la nueva política de optimización de los recursos de la Administración Pública, dentro del marco de austeridad que nos impone la coyuntura socioeconómica actual. Lo cual implica que, en adelante, no recibirán de la Infradelegación de Gobierno ninguna carta certificada. ¿Alguna pregunta?

En el instituto también me sentaba yo en la primera fila por las mismas razones arriba expuestas. De tal modo que, cuando alguien decía una burrada y no era el profesor, esa burrada siempre venía de detrás. Nunca me preocupé de girar el cuello para ver quién había sido el fenómeno: para mí, cualquier respuesta la habían dado “los de detrás”. En este caso, esperaba que suciedera algo parecido, si bien la complejidad sintáctica del discurso de la Infradelegada convertía en muy probable el hecho de que los de detrás se hubieran enterado de poco o nada. Sin embargo, tras unos segundos de silencio, viajamos unos cuantos años atrás en el tiempo y todo se empezó a desarrollar como si aún estuviéramos en el instituto.

LOS DE DETRÁS: A ver, vamos a ver si lo he entendido. ¿Nos habéis mandado una carta para decirnos que no nos vais a mandar más cartas? ¿Es eso?
INFRADELEGADA: Bien, es más complejo que todo eso, pero podría resumirse así.
LOS DE DETRÁS: No sé los demás, pero yo nunca había recibido hasta entonces ninguna carta de la Infradelegación del Gobierno. Si decís que a partir de ahora no me vais a mandar más cartas, no veo ninguna novedad, la verdad.
INFRADELEGADA: Todo está enmarcado en la política de ajustes y mejora del rendimiento de la Administración Pública. Supongo que nadie esté en contra de la optimización de recursos, ¿sí?
LOS DE DETRÁS: Es que no sé de qué optimización de recursos estamos hablando. Si hasta ahora no habíamos recibido ninguna carta, y si a partir de ahora no vamos a recibir ninguna carta, ¿era realmente necesario que nos mandarais una carta para convocarnos aquí esta mañana para decirnos que no vais a mandarnos más cartas?
INFRADELEGADA: ¿Saben ustedes el gasto que supondría haberles mandado cartas certificadas antes y después? Así, con una sola carta para convocarles a esta reunión, hemos resuelto el problema con total eficiencia y hemos ahorrado a las Arcas Públicas una cantidad de dinero, la cual es fundamental, como decía, para que bla, bla, bla…

Es que ahí dejé de escuchar durante un rato. Tanto “la cual” me estaba revolviendo los higadillos. Volví al hilo de la interesantísima conversación cuando retomaron su turno los de detrás.

LOS DE DETRÁS: Todo eso me parece fantástico. Pero, si no nos hubierais mandado la carta, y siguierais sin mandarnos carta alguna a partir de ahora, nosotros no habríamos notado ninguna diferencia y, sin embargo, vosotros os habríais ahorrado el envío de tales cartas además de lo que estés cobrando tú misma y el conserje de los donuts por venir a meter unas horas extras un domingo.
INFRADELEGADA: Je, cómo se nota que no tienen ustedes mucha idea de Teoría Macroeconómica. Sepan que la no colaboración con la Administración Pública está penada con multas de hasta 5.000 euros y penas de hasta 10 años de cadena perpetua…

Confieso que estaba turbado. Por primera vez en mi vida, los de detrás estaban manteniendo una coherencia argumental impecable. Me dieron ganas de girarme en la silla para ver sus rostros, pero algo me lo impidió. Continué mirando a la mujer bien duchada y levanté la mano para pedir la vez.

INFRADELEGADA: ¿Sí? ¿Quiere usted decir algo?
YO: Sí. Muchas gracias. Alguien ha dejado un chicle en mi asiento y se me ha pegado a los pantalones.

Me levanté bruscamente sujetando con fuerza la silla con las manos y se oyó un “rrrrraaaaasssss”.

YO: Si me permite, voy a ir ahora mismo a un sastre de guardia a que me arregle el desaguisado. ¿La factura os la envío en persona o por carta certificada?
INFRADELEGADA: Como quiera, pero vaya usted al sastre mañana, por favor, que es lunes, lo cual abaratará la factura en el marco de una política sostenible y…
YO: Y una mierda.
INFRADELEGADA: Como quiera.

Al final, no me equivoqué por tanto. Salí de la Infradelegación del Gobierno con un Parche bajo el culo.

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