Breve
experiencia, a la par que intensa, la que hoy nos relata Dulcinea O’Callaghan. Podéis contarnos en anonimosindocumentados@gmail.com las cosas que os hayan pasado ayer. Para leer todas las
historias, www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.
Caminaba ayer por el centro de la ciudad sin más razón
que la del buen tiempo. Me detuve frente al escaparate de una de las pocas
tiendas que quedan abiertas. Al girar el cuello, me fijé en un chico, un par de
tiendas más allá, sentado en el suelo, con un cestillo y un cartel escrito a
rotulador (no pude apreciar lo que ponía por la distancia). Me llamó la
atención lo joven que era para andar pidiendo por ahí, pero lo que me
sorprendió realmente fue que estuviera enredando con un móvil entre las manos.
Vamos a ver. Muy mal no te pueden ir las cosas cuando
tienes móvil, chaval. Eso fue lo primero que pensé. En cualquier caso, guarda
las apariencias y esconde el móvil, pardillo. Eso fue lo segundo que pensé.
Pero, ¿y si ese era el único bien que tenía en el mundo? ¿Y si se había gastado
en un teléfono las pocas monedas que hubiese conseguido para poder llamar al
112 en caso de emergencia? ¿Y si se lo habían dado en un centro de acogida por
idéntico motivo? ¿Y si lo tenía por compañero igual que Tom Hanks tenía un balón
con una cara pintada en Náufrago? A veces las apariencias engañan, y las
primeras impresiones te llevan a emitir juicios equivocados.
Me decidí a acercarme. Él no me vio: seguía con la mirada
fija en la pantalla. ¿Qué pondría en el cartel? ¿Sin trabajo? ¿Sin techo? ¿Sin
familia? ¿Sin recursos? Ya a su lado, lo pude leer con claridad: SIN COVERTURA.
Panoli. Si por lo menos lo hubiera escrito con B, le
habría dado una tarjeta SIM.
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