martes, 4 de junio de 2013

COSAS QUE PASARON AYER (LVII)

Inquietante relato el que hoy nos envía Dulcinea O’Callaghan (esperemos que nos deje dormir esta noche y sucesivas). Contadnos en anonimosindocumentados@gmail.com las cosas que os han pasado ayer y leed todas las historias, o las que queráis, en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.

 

Ayer no fui a trabajar: había acumulado horas extra en las últimas semanas y me lo compensan así. En mis tiempos sindicales me habría negado a esta compensación, claramente fuera de convenio, pero en mis tiempos de prácticas no habría tenido tampoco el día libre, así que daremos por buena la libranza como precio por no querer batallar ni con los jefes ni con mis excompañeros sindicales.

Como echaba en falta mi ración diaria de oír gilipolladas, encendí la tele. Una especie de juicio simulado apareció en pantalla, donde una señora y un señor, ambos con las venas hinchadas, explicaban con vehemencia su conflicto a la muchedumbre. Si lo reprodujera aquí tal cual, quedaría un texto la mar de zafio, así que prefiero resumir lo esencial.

El señor y la señora eran vecinos de chalet. El señor tenía una preciosa casa con sistema antirrobo incorporado y con chapita a la entrada que informa a los ladrones de la existencia de tal sistema y de la conexión a la Central de Seguridad y todo eso. La casa de la señora era más modesta y no tenía más sistema antirrobo que el cerrojo de la puerta y una estampita de la Virgen de los Remedios gastada de tanto uso.

Resulta que los ladrones habían entrado en la casa de la señora y se habían llevado todo lo que habían podido, incluidos objetos personales de valor calculable (lo calculó el Seguro). Y ahora la señora le estaba pidiendo una indemnización… ¡al vecino! ¿Por qué?

Porque, según ella, los ladrones no entraron en la casa del señor (a todas luces más suculenta) disuadidos por la chapita informadora de la existencia de la conexión a la Central de Seguridad, motivo por el cual se habían decidido a entrar en la suya. Por tanto, el vecino tenía responsabilidad subsidiaria. El razonamiento de la señora no acababa ahí: alguien como su vecino, que tiene una casa con sistema antirrobo, no debería poner una chapita informando a los ladrones. De esa manera, los ladrones entrarían a robar y la policía les detendría alertados por la conexión a la Central de Seguridad. Los ladrones, una vez capturados, ya no podrían robar a la vecina. O sea, a ella.

El argumento, inconsistente a primera vista, no era sin embargo tan baladí. Aquí lo que entraba en colisión era la legítima seguridad personal del vecino con el principio de solidaridad y bien común. ¿Qué tenía prioridad: el “que roben a los demás mientras a mí no me afecte” o el “que me intenten robar a mí para capturarlos y no puedan robar a los demás”? En cierto modo, la cosa tenía su miga.

Salió al fin el juez a dar su veredicto y, en lugar de sacar el martillo para percutir la mesa, sacó una pistola y se percutió los sesos. Tal cual. La sangre salpicó toda la pantalla. Más allá de los motivos de tal actuación, aquí podríamos entrar a valorar que, si el programa era grabado, ¿por qué lo habían emitido?; y si el programa era en directo, ¿por qué no interrumpían la emisión?

Horrorizada, corrí a la cocina en busca de un trapo y volví al salón. Me acerqué con cuidado a la tele… y comprobé aliviada que la sangre sólo había manchado el otro lado de la pantalla.

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