viernes, 17 de febrero de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XV)

Dulcinea O’Callaghan nos vuelve a abrir los ojos con un relato de los de agárrate y no te menees. Recordad que vosotros también podéis contarnos a anonimosindocumentados@gmail.com todas las cosas que os pasaron ayer, y leer todas las historias recopiladas hasta el momento en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Gracias a la estulticia de mis compañeras de trabajo, se me ha chafado la semana de vacaciones en la nieve que tenía planeada. Aún siguen las dos de baja por abrasión y me toca apechugar a mí con todo el trabajo, por lo que tendré que conformarme con viajar por medio de las ensoñaciones.

Ayer soñé que estaba en una ciudad lejana. Paseaba inquieta por sus calles. Ese desasosiego no era exactamente una sensación de malestar, sino más bien de estar abrazada por lo desconocido. En especial, me desconcertaba la mezcla de edificios angulosos con las tonalidades pastel del aire que respiraba. Era todo muy extraño. Era un sueño.

Llegué a unos soportales en cuya primera columna había una esquela, como en todo buen soportal que se precie. Me acerqué atraída por el contraste del blanco y negro con los colores pastel, y me asombró profundamente la fotografía que vi en la esquina superior izquierda. No era un rostro: era un par de manos. Pensé que se trataría de algún tipo cachondo que dejó esas instrucciones en su testamento o algo así. Me pareció gracioso, pero a la vez un poco macabro.

Seguí caminando y, en la siguiente columna, otra esquela me volvió a llamar la atención. No había ni un rostro ni unas manos, sino unos pies. Se trataba, pues, de algo más allá de lo anecdótico. Me lo confirmó una tercera esquela. No soy yo experta en anatomía, pero aquello que parecía un pimiento tenía que ser un corazón a medio palpitar. Esto me dio ya un poco más de grima. Al volver la cabeza, vi casualmente una funeraria en la acera de enfrente. Movida por la curiosidad, crucé entre camiones sin matrícula y allí entré.

-¿Por qué unas manos en la esquela de aquella columna? -le pregunté al hombre del mostrador, que manipulaba una impresora casi a ojos cerrados.
-Ese era Cipriano, el cirujano. Salvó muchas vidas con sus manos; ¡qué otra cosa íbamos a poner! -me respondió sin mover la mirada.
-Vaya, visto así… ¿Y los pies de la segunda esquela?
-Esa era Anacleta, la atleta. Llevó el nombre de nuestra ciudad por todo el país con sus éxitos en las maratones; ¡qué otra cosa íbamos a poner!
-Tiene sentido, sí… ¿Y el corazón? -Me puse a pensar-. ¿Algún misionero? ¿Un benefactor?...
-Ese era Dante, el donante. Fue el último trabajo de Cipriano, de hecho. Con su órgano muerto dio vida; ¡qué otra cosa íbamos a poner!

De la impresora salió una nueva esquela, pero incompleta. La charla debió distraer al funerario, y así se lo advertí.

-Va a tener que repetirla: le falta la foto.
-¿A esta esquela? ¿A la de Macario, el parlamentario?

A veces los sueños sobrepasan la realidad.

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