domingo, 6 de mayo de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXIII)

Dulcinea O’Callaghan y sus diatribas morales. Contadnos las cosas que os pasaron ayer enviándonos vuestros relatos a anonimosindocumentados@gmail.com. Para leer todas las historias, basta con pinchar en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



No dejo de pensar en ello desde entonces.

Ayer me levanté y, con gran fuerza de voluntad, conseguí no mirarme en el espejo del baño. Muy animada por ello, salí a comprar algo especial con lo que poder desayunar después en casa. Hay una panadería con cosas muy ricas al otro lado del gran parque de mi ciudad. La mañana soleada invitaba al paseo y crucé los jardines por su avenida principal, la que hay junto al río. Me detuve un segundo en mitad del camino para asegurarme de que llevaba suelto dinero suficiente y se me cayó al suelo una moneda de dos euros. Sin darme tiempo a agacharme, un señor de espesa barba ya la había recogido. Se me acercó con una sonrisa cansada y, sin decir palabra, me devolvió la moneda. “Muchas gracias, señor”. No sé si me llegó a escuchar porque siguió su camino delante de mí junto a la barandilla que delimitaba el río. Yo volví a reanudar la marcha y, mientras guardaba en el bolsillo la moneda rebelde, observé que el señor de la barba se había sentado al pie de la barandilla, había extendido un pañuelo delante y dedicaba su sonrisa cansada a cada paseante que cruzaba el parque con indiferencia.

Sin darme cuenta, yo misma ya había dejado atrás en mi camino al señor de la espesa barba. En mi interior, dos fuerzas empezaron a luchar: una le pedía a mis piernas seguir adelante hacia la panadería de las cosas ricas; la otra le pedía a mi cabeza dar marcha atrás. Ganó esta última.

Allí seguía el hombre de la sonrisa cansada. Saqué de mi bolsillo la moneda cuyo destino parecía ser el suelo y la deposité con suavidad sobre el pañuelo. El señor levantó la vista y asintió con la cabeza. Cogió la moneda y, sin más miramientos, la lanzó con fuerza al aire hacia atrás. Hacia el río.

La ira que me entró es difícilmente descriptible. “Ojalá un tsunami te lleve junto a la moneda al fondo del lecho marino”, dije hacia mis adentros mientras me alejaba de allí para no hacer algo de lo que después me pudiera arrepentir.

Por suerte, tenía más dinero en el bolsillo y pude comprarme en la panadería un rosco de esos parecidos a los de Reyes. Tenía tan buena pinta que, según salí de la tienda, partí un buen pedazo con la mano. Algo envuelto en un plástico asomó entre la miga del rosco. Lo saqué y lo abrí. Había dos cosas: un billete de 50 euros y una nota. Fui a besar el billete, pero no lo hice, no fuera a suceder lo de la otra vez. “Que lo bese mi bolsillo”. Y la nota escrita a mano decía:

“Espero que mi deseo se haya cumplido, y ojalá que, si tú has formulado uno mientras yo lanzaba la moneda, también lo haya hecho”.

Me lancé a la carrera llevada por los demonios hacia el parque. Ya no estaba el señor de espesa barba y sonrisa cansada. En su lugar, un enorme charco y una barandilla rota.

No dejo de pensar en ello desde entonces.

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