sábado, 26 de mayo de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXV)

Dulcinea O’Callaghan nos comenta otro de los particulares envites con la realidad que le ha tocado vivir. Como bien sabéis, podéis enviarnos a anonimosindocumentados@gmail.com los relatos de las cosas que os pasaron ayer, y visitar http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/ para leer todas las historias.



-¿Ya te está doliendo otra vez la cabeza? -le pregunté a mi amiga Flori al percatarme de su gesto cansado. Anoche estuvimos tomando un café en la taberna de siempre y se nos hizo tarde. Ya solo quedábamos nosotras dos y el camarero del local. -¿Quieres que nos vayamos?
-No, tranquila… Las jaquecas nunca controlarán mi horario ni lo que puedo o no puedo hacer. Están ahí, vienen, se van… Estoy muy bien, gracias.
-Y yo aquí, aburriéndote con mis paranoias…
-No son paranoias, Dulcinea. Son cosas normales, normales del todo. Así lo pensé cuando leí esa última historia tuya del blog, y así lo pienso ahora que me la has contado de viva voz.
-Que no, que no son normales. ¡Su deseo se cumplió! ¡Estaba dentro del roscón! Y, lo que es peor, ¡mi deseo también se cumplió!
-Casualidades, Dulcinea, casualidades…
-¡Imposible! Casualidad es que tú pienses un número del uno al diez y yo lo acierte. Pero que un tsunami se lleve río abajo al vagabundo justo después de que yo lo desee no es casualidad. Eso es otra cosa.
-Mira cómo lo veo yo: mientras tú ibas a comprar el roscón, uno de los vehículos que limpian la ciudad a chorro limpio se descontroló por el paseo del parque, derechito hacia el vagabundo. Este se apartó justo antes de que se empotrara contra la barandilla. El depósito de agua del cochecito se rompió y dejó un gran charco. La barandilla cayó al río. El operario del cochecito huyó de allí preso de la precariedad laboral, y el vagabundo también huyó para que tampoco le echaran la culpa a él. Y después llegaste tú.
-¡Puaf! ¡Menuda historieta te acabas de marcar, Flori!
-¡Tócate las narices! ¡Historieta la tuya! Mi versión es mucho más verosímil, ¿no? Además, si un tsunami hubiera recorrido el río, ¿no habría salido en las noticias?
-Ahí tienes razón, pero ¿por qué lanzó la moneda al aire el pobre hombre? ¿Por qué me salieron ese billete y esa nota en el roscón? ¿Por qué decía la nota justo lo que decía? ¡Eso es inexplicable!
-El Roscón de Reyes siempre trae sorpresas, Dulcinea.
-¡No un billete de 50 euros!
-La panadería estará promocionándose…
-¡Bobadas! ¿Y la nota?
-Las galletas chinas de la suerte también traen notas.
-¡Pero no describen exactamente lo que acaba de pasar ni mucho menos lo que está a punto de pasar!
-Esas notas juegan con la ambigüedad, Dulcinea, igual que los horóscopos.
-“Espero que mi deseo se haya cumplido, y ojalá que, si tú has formulado uno mientras yo lanzaba la moneda, también lo haya hecho”. ¿Qué ambigüedad hay ahí, Flori? “Mientras yo lanzaba la moneda”. ¡El vagabundo lanzó la moneda formulando el deseo de recompensar mi buena acción con 50 euros! ¿Y mi deseo de que le engullera un tsumani fluvial? ¡Increíblemente se cumplió! ¡Qué ambigüedad hay ahí!
-Ya te he dicho que lo del tsunami no está demostrado. Hay otras explicaciones, como la que te acabo de comentar, que son mucho más coherentes. Tú asociaste la barandilla rota y el charco a tu idea preconcebida del tsunami.
-¡Arg! Pero ¿eso no es demasiada casualidad?
-Sí desde tu punto de vista, pero no desde un punto de vista macrocósmico.
-¿Macroqué? Explícate, Flori.
-Tomemos tu ejemplo de antes. Si yo pienso un número del uno al un millón y tú lo aciertas es casualidad.
-Es mucha casualidad.
-Pero, si no lo aciertas, dirás que es lo normal y enseguida te olvidarás de ello.
-Digo yo.
-Si a esta prueba juega toda la humanidad a la vez, habrá varios miles de personas que acertarán, y habrá miles de millones que no acertarán.
-¿A dónde quieres ir a parar, Flori?
-Para una persona que acierte, tomada individualmente, sin que esta sepa que el resto de la humanidad está jugando, su clarividencia será una señal de algo: de Dios, del Destino… Es lo que te pasa a ti con el tsunami y la nota del roscón. Habrá miles de personas en el mundo que hayan leído ayer una nota misteriosa, pero la mayoría de ellas no le habrán inferido un significado concreto, y por eso no le han dado importancia y NO LO HAN CONTADO EN UN BLOG. En cambio, la casualidad macrocósmica ha hecho que tú sí le hayas encontrado un sentido a lo que te ha ocurrido, pero eso tampoco significa nada más allá de la pura estadística.
-Me asustas, Flori.
-¿Qué es lo que te asusta?
-Tu capacidad de verlo todo tan frío, tan objetivo… Para mí, mi explicación es mucho más sencilla… ¡y más bonita!
-Los números también son bonitos y muy útiles.
-Lo serán en tu macrocosmos, Flori…

Fue entonces cuando un encapuchado irrumpió en la taberna, sacó una pistola, nos señaló con ella a nosotras dos y acabó encañonando al camarero, que estaba secando unos vasos en la barra junto a nuestra mesa.

-¡Maldita vuestra puta calavera! -balbuceó mirándonos el encapuchado-. ¿Es que no tenéis pensado iros nunca de aquí? ¿ Y es que tú no cierras nunca? ¿Eh? ¡Contesta! ¿Tú no cierras nunca?

El camarero posó la bayeta sobre la barra, pero no pudo articular palabra. Tenía la pistola demasiado cerca como para poder pensar. Flori y yo también nos quedamos petrificadas. Con suerte, si no hacíamos ni decíamos nada…

-¡Da igual! ¡Abre la caja y dame toda la recaudación de hoy!
-No te la voy a dar -respondió esta vez el camarero con aparente templanza.
-Ah, ¿no? -El atracador rio entre dientes y apretó el cañón del arma contra la sien del camarero-. Si en dos segundos no has abierto la caja, te vuelo la cabeza.
-Eso no va a ocurrir -El camarero clavó sus ojos en nuestra mesa.
-¿Cómo lo sabes, gilipollas? -El encapuchado le quitó el seguro a la pistola.
-Porque solamente en uno de cada millón de atracos se producen disparos.
-Vaya con el filósofo… ¿Y por qué no va a ser en este donde se den los disparos, hijo de puta?

Se oyó un estallido. Flori y yo lanzamos un grito de pavor. El atracador se desplomó sobre la barra. Bajo la bayeta del camarero asomó una pistola humeante.

-Porque con uno me basta, atontao -El camarero nos guiñó un ojo, gesto que Flori interpretó como una oda a la estadística; y yo, como un permiso para escribir esta historia en el blog.

No hay comentarios:

Publicar un comentario