viernes, 29 de junio de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXIX)

No está de más reflexionar sobre estas líneas que nos manda nuestra ya íntima amiga Dulcinea O’Callaghan. Vosotros podéis compartir también todas las cosas que os hayan pasado ayer a través de nuestra dirección de correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com). Si queréis leer el resto de las historias, pinchad en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



La inepcia. Inepcia es una palabra que suele usar mi amiga Flori. En realidad, es un concepto que existe y que el diccionario viene a definir como un sinónimo de ineptitud. Pero Flori le da un matiz diferente a este vocablo, y lo utiliza más bien como una mezcla entre ineptitud e inercia, de tal modo que puede aplicarse tanto a la inercia en que uno se instala a través de la ineptitud como a la ineptitud que se alcanza por medio de la inercia. De hecho, se trataría de la indisoluble asociación de ambas cosas, que -como en el caso del huevo y la gallina- no se sabe cuál fue primero, pero sí se sabe que dependen sin remedio la una de la otra, alimentándose mutuamente en una espiral de imbecilidad infinita.

Esta explicación previa viene a cuento de lo siguiente. Ayer por la tarde, una de esas largas tardes de junio, Flori y yo paramos en el bar del atraco, abierto de nuevo después de la investigación, y estuvimos debatiendo sobre lo que me sucedió con el trilero, lo recordaréis bien. “No le des más vueltas, Dulcinea: si llevaba la gorra para atrás, es que era un gilipollas”. “Pero ¿por qué me dio plantón antes incluso de haber quedado con él? ¿No valgo tanto como para invitarme a cenar? ¿Valgo más que para un simple café? Si lo que quería era ligar conmigo, ¿por qué no me invitó sin más? ¿Acaso le dio un ataque de pánico? ¿O de diarrea? ¿O de…?”. “Que no le des más vueltas: se acordaría en ese momento de, qué sé yo, de que tenía que sacar la basura”. “¿A esa hora de la mañana? ¿Un domingo?”. “La mierda no entiende de horarios, Dulcinea. De todos modos, solo era un ejemplo…”.

De vez en cuando, el dueño del bar se nos acercaba para traernos algo de picar -sucesos como el del atraco suelen generar un vínculo especial, ya se sabe- y para dejar caer alguna frase hecha, sacada de la misma bolsa de cacahuetes. Del episodio de la pistola ya estaba todo dicho, y hay ciertas cosas que conviene no remover demasiado.

La tarde pasaba tranquilamente entre argumentos y cáscaras cuando irrumpieron en el local mis compañeras de trabajo: la rubia de bote y la tonta del bote. Flori no las conocía en persona, solo de oídas, pero ya era bastante según sus propias palabras. Por cierto, ya están perfectamente recuperadas desde hace tiempo de sus quemaduras en las manos. Durante los pocos días que estuvieron de baja, tuve yo que arrear con su trabajo, lo cual me supuso realmente un nulo esfuerzo adicional, tal y como quedó reflejado en mi nómina.

Mua para aquí, mua para allá, las presentaciones quedaron hechas y, antes de que hubiéramos insinuado cualquier amago de invitarles a tomar asiento, ya las teníamos sentadas a nuestra vera como si hubiésemos quedado con ellas. Por fortuna, no hubo ningún hielo que romper porque, si algo bueno tienen mis compañeras de trabajo, es que sueltan lo primero que se les viene al pelo sin más miramientos que los de su propia miopía capilar.

-Pues le acaban de dar las notas a mi hijo -dijo una de ellas mientras se pedía un batido de no sé qué- y resulta que le han suspendido Historia.
-¡No me digas! -La otra se pidió otro batido del mismo no sé qué-. ¡Con lo buen estudiante que es!
-¡Y tanto! ¡Estudia todos los días!
-¿Y cómo le han suspendido?
-Pues parece ser que dijo que a Van Gogh se le cayó la oreja de tanto usar el teléfono móvil.
-Puaf, vaya burrada, normal que le suspendieran: aún no está demostrado que las ondas pirolíticas produzcan cáncer.
-Perdonad un segundo -interrumpió mi amiga Flori con un serenidad asombrosa en su semblante-, pero ¿no creéis que es posible que en realidad se cortara a propósito la oreja, desesperado ante la mala cobertura que hay en los Países Bajos? Por la orografía, ya sabéis…
-Ahora que lo dices, ya había oído yo alguna vez que en los Países Altos se coge mejor todo…

Confieso que más de una vez, ante las frecuentes conversaciones similares a esta que se producen en la oficina, yo misma he estado a punto de arrancarme las orejas con la grapadora. Pero lo bueno que tiene la gente como mis compañeras de trabajo es que se van tan de repente como vienen y, con un “uy, que tengo que sacar la basura, encantada de conocerte” y un “uy, te acompaño”, pagaron todas las consumiciones y nos dejaron otra vez a nosotras dos a solas.

-Fíjate, Dulcinea -Flori dio un trago a su tónica y se saboreó los labios pensativa-. La vida es como tomar algo en un bar. Nos pasamos el tiempo intentando buscarle el sentido a cosas que nos creemos que son importantes, como adivinar los motivos por los que un gilipollas con la gorra del revés, a quien ni siquiera conocías, te dio la espalda. Necesitamos darle importancia a acontecimientos que probablemente no la tienen, que se explican por sí solos o por el azar…
-O el macrocosmos…
-O el macrocosmos, sí, jeje. Pero lo gracioso es que, cuando sí ocurre algo importante, algo significativo, algo que puede cambiar radicalmente nuestras vidas, entonces lo arrinconamos para que no nos moleste demasiado, como el suceso del atraco. No volvemos a hablar de ello porque nos da yuyu, y lo sustituimos inconscientemente por frases enlatadas del tipo a las que nos suelta el camarero…
-Y del tipo a las que respondemos nosotras.
-Sin duda. Y, al final, lo que dinamiza toda la cuestión, lo que le da vidilla al asunto es la entrada de tus compañeras de trabajo, la alegría con que se unen a nosotras, la facilidad para decir cuatro jaimitadas casi sin respirar, y la soltura para irse por donde han venido. Insisto: esto es el verdadero motor del mundo.

Flori dio un último traguito para acabar de apurar el vaso y, seguramente, para darme tiempo a mí a digerir sus palabras. Soltó un pequeño eructo, me miró a los ojos y, en una clara adaptación de las últimas palabras del capitán Kurtz en El Corazón de las Tinieblas, proclamó:

-Ah, la inepcia, la inepcia…

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