lunes, 11 de junio de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXVII)

Dulcinea 0’Callaghan nos vuelve a dejar pasar al laberinto de su mente. Cuidado, que ni siquiera ella tiene los planos. Enviadnos a anonimosindocumentados@gmail.com los relatos de las cosas que os pasaron ayer, y visitad http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/ para leer todas las historias.



Después de todo, mi amiga Flori probablemente tenga razón. El suceso del atraco salió en los noticieros y en todos los periódicos al día siguiente. Si un tsunami se hubiera llevado a un mendigo río abajo, también habría salido, y nunca salió. Por cierto, el atracador no llegó a morir, pero aún sigue grave en el hospital, digo yo que esposado a la cama salvo que tenga lesiones en las muñecas por haberse desplomado mal sobre la barra del bar. El camarero está libre de todo cargo porque Flori y yo declaramos en comisaría que fue en defensa propia. Los policías se dieron muy pronto por satisfechos y no nos preguntaron mucho más, así que esa historia no da ni para un par de párrafos. Lo que sí quiero contar es lo que me ocurrió ayer domingo por la mañana, paseando precisamente por el mismo parque del mendigo, por donde últimamente me dejo caer a menudo para ver si me lo vuelvo a cruzar y poder quedarme así tranquila del todo, cosa que no ha ocurrido hasta el momento.

No muy lejos de la barandilla rota -me temo que las arcas del Ayuntamiento no estén para arreglar muchos desperfectos hasta dentro de algunas décadas-, un grupo de curiosos rodeaba a alguien. Me acerqué lo suficiente para convertirme en una curiosa más y para ver que ese alguien era un trilero, uno de esos tramposos que engañan a los incautos con el juego de la bolita y los tres vasos opacos. Sin embargo, el juego presentaba una variante atractiva, que lo alejaba del concepto moral de “trampa” y lo convertía en una negociación interesante.

Los tres vasos opacos no escondían una bolita. Bajo cada uno de ellos había un billete: uno de 10€, otro de 20€ y otro de 50€. El trilero mostraba los tres billetes y los tapaba con absoluta claridad con los vasos, moviéndolos a continuación hábilmente sobre el tapete. “Elige uno”, le dijo al primer jugador que vi participar. Este señaló uno de los vasos y entonces el trilero le hizo una propuesta. “Me das 40€ y te quedas lo que haya debajo”. El jugador dudó durante un buen rato ante las murmuraciones de la muchedumbre, que opinaba con alegría porque es lo que se hace cuando quienes se la juegan son los demás. El jugador debió de pensar algo así como “si me pide 40€ es porque quiere que suponga que debajo están los 50€, ya que no me pediría tanto en otro caso; así que no debe de haber 50€ porque será un engaño; así que habrá menos y yo perdería dinero si le diera 40€; por lo tanto, rechazo la oferta”. Y, de hecho, rechazó la oferta. El trilero puso cara de “qué se le va a hacer”, levantó el vaso y dejó ver el billete que había debajo: 50€. La muchedumbre murmuró todo tipo de mofas y blasfemias, el jugador bajó la cabeza y se perdió en el anonimato y el trilero volvió a mostrar los billetes y los vasos en busca de un nuevo participante.

Definitivamente, este juego no era un timo. El jugador tenía libertad para rechazar la propuesta o aceptarla. De hecho, el participante anterior la había rechazado y no había perdido nada, aunque el resultado de la negociación le hubiera hecho quedar como un perdedor. Por el contrario, el trilero había resultado moralmente ganador aunque no hubiera ganado ni para pipas.

Un nuevo jugador entró al trapo. “Me das 25€ y te quedas lo que haya debajo”, le dijo el trilero. El tono de los murmullos subió de volumen y el nuevo jugador debió de interpretrarlos como un “este tío no puede ser tan cobarde como el otro”, porque aceptó la propuesta sin mucha más reflexión. A lo mejor sí reflexionó, no lo sé, y pensó algo así como “en el peor de los casos, pierdo 15€; en el mejor de los casos, gano 25€”, y por eso aceptó. Se dio el peor de los casos: el trilero recogió los 25€ del jugador y le entregó el billete de 10€ que había bajo el vaso elegido. Hubo algunos aplausos entre el público; no sabría decir si eran para el trilero o para la valentía del participante, que a veces se premia más que el valor del dinero en sí.

¿Podéis creerme si os digo que me adelanté un par de pasos para ser la siguiente participante? Pero, en ese momento, el trilero recogió sus bártulos ante la decepción de la muchedumbre, que rápidamente se disolvió. Yo misma también di media vuelta, en parte contrariada, en parte aliviada.

A los pocos metros, noté unas pisadas a la espalda, me giré y vi al trilero acercándose a mí. “¿Querías jugar?”. “Bueno, creo que no llegué a tiempo”. “Gané 15€ y cerré el chiringuito; es lo que suelo hacer”. “¿Con tan poco te conformas?”. “¿Poco? ¿Quién gana 15€ en 5 minutos?”. “Visto así…”.

Era un chavalito. Bueno, a lo mejor tenía mi edad, pero parecía un chavalito con sus aires despreocupados y su gorra del revés. “Entonces, ¿quieres jugar o no?”. “Realmente me acabo de dar cuenta de que ni siquiera llevo dinero encima”. “No importa, hagamos lo siguiente”. Se sentó en el suelo e inició el protocolo del juego. “Elige un vaso: si debajo hay 50€, te invito a cenar esta noche; si hay 20€, te invito a comer luego; si hay 10€, te invito ahora a unos cafés. Ten en cuenta que, como en el juego, una vez que elijas, yo puedo decidir levantar el vaso o no”.

¿Estaba el chavalito ligando conmigo? Eligiera yo el vaso que eligiera -si es que lo elegía-, a algo me estaba invitando: ¿qué otro motivo podría haber entonces? Me pareció una situación divertida y, sin pensarlo dos veces, señalé el vaso del centro. De pronto, el rostro del chavalito despreocupado se nubló. Volvió a recoger los bártulos, se levantó del suelo y se despidió con un “otra vez será”. Me quedé petrificada.

Nunca sabré qué billete había debajo de ese vaso, pero creo que mejor ni pensarlo…

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