martes, 17 de julio de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXXI)


Interesante desarrollo dialéctico “made in Dulcinea O’Callaghan”. Recordad, queridos lectores, que podéis relatarnos por medio de nuestro correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com) las cosas que os hayan pasado ayer. Además, en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com podéis leer todas las historias recibidas hasta el momento.



-¿Y de verdad estás segura de que te quieres borrar? -Mi amiga Flori seguía tratando de convencerme de lo contrario. Ayer, aprovechando la coincidencia de tener ambas el día libre, quedamos para desayunar en una cafetería y después, haciendo tiempo hasta que abrieran el sindicato (que, en esto de abrir, mucha prisa no tiene), dimos un paseo por el parque-. Después de haber luchado lo que has luchado, ¿vas a tirar la toalla ahora que tienes un buen puesto?
-Ah, con lo de “haber luchado lo que has luchado” creía que te referías a lo que he luchado por los trabajadores, no a lo que me ha costado llegar a mi puesto actual.
-No busques dobles sentidos a mis palabras, Dulcinea. Una cosa ha llevado a la otra: tus esfuerzos y tu valía en la defensa de los derechos de los trabajadores te han llevado a conseguir el puesto que tienes ahora.
-Que no, que te equivocas. ¡Cómo se nota que no has estado metida ahí dentro! -Miré a Flori con cierta indignación-. Mi mayor logro es haber aguantado allí tanto tiempo, y ni siquiera estoy orgullosa de ese supuesto logro, que ni me explico cómo he podido llegar a él. Así que imagínate: si repudias tu mayor logro, ¡cómo será todo lo demás!
-Lo pintas como si hubieras estado en las cloacas del submundo abisal. Creo que exageras. Sus cosas buenas habrá tenido para haber estado metida en el ajo tantos años, ¿no?
-Pura inepcia, Flori: pura inepcia. En cuántas negociaciones de convenios colectivos he estado en las que, si no he vomitado sobre la mesa, ha sido para no tener que volver a redactarlos. Conversaciones de palurdos, Flori. Paripés de corbatas y peluquines. Analfabetos todos.
-Bueno, digo yo que no serían analfabetos…
-No digo analfabetos en el sentido de no saber leer y escribir, claro, sino en el sentido de ser tontos del culo.
-Ah, eso sí…
-Que no hay peor analfabeto que el que se cree Einstein o Schopenhauer. Y no hay peor empresario que el que se cree que, por el hecho de saber leer y escribir, ya sabe sumar. Y te aseguro que he visto a más de un engominado contar con los dedos, y hacerlo mal, probablemente porque se les pegaba la gomina entre el índice y el pulgar.
-¡Ja!
-Y no hay peor sindicalista que el que lleva la contraria simplemente por llevarla, aunque sepa que la otra parte tiene razón. Y el que, para que sus argumentos tengan más fuerza, se inclina hacia delante y mueve la mesa con la barriga. Pero la mesa no se mueve porque es de las de reuniones de a siete, y pesa un quintal métrico, y lo que se mete para dentro es la barriga, y queda un efecto feísimo.
-Pero eso son simples detalles, Dulcinea. No creo que por esas minucias quieras borrarte del sindicato.
-Yo odio la política, ya lo sabes. No la política como idea abstracta, que me parece un arte muy noble, pero sí la manera burda de llevarlo a la práctica. De lo que me he dado cuenta con el paso del tiempo, es de que los sindicatos no dejan de ser pseudo-partidos políticos.
-¿En qué sentido?
-¡En todos! En su organización, en sus falsos objetivos, en su verborrea insustancial, en su ineficiencia…
-¿No son a veces eficaces?
-Eficaces sí, a veces. Pero no eficientes. Se emplea un número inimaginable de “horas sindicales” para llegar a una conclusión banal, a una idea peregrina o a un acuerdo sobre desacuerdos. Es la ineficiencia por antonomasia. He perdido más tiempo en el sindicato que cuando ensayaba mis confesiones de Primera Comunión delante del burro Pascual.
-Pues yo creo, Dulcinea, que tardarán en encontrar a una chica o a un chico tan válido como tú.
-¿Para sindicalista? ¿O para político, que es lo mismo? ¡Puaf! ¡Para eso vale cualquiera!
-Ni de coña.
-Que sí, que sí. Basta con no saber nada y creer que lo puedes arreglar todo. Y para eso vale cualquiera.
-Bobadas.
-Cualquiera.
-¡Que no!
-¡Cual-quie-ra!
-Mira, ¿puedes darme tu carta de dimisión?
-¿Y para qué la quieres? -le pregunté a mi amiga al tiempo que abría la carpeta y le entregaba el papel que ya antes habíamos estado ojeando en la cafetería.
-La voy a tirar al río -Flori arrancó a correr hacia la barandilla; y yo, no sabiendo si la cosa iba o no en serio, salí detrás de ella con el claro propósito de alcanzarla, y el azar nos condujo a ambas hasta el lugar exacto del episodio del mendigo, aún con la barandilla rota, y unos operarios municipales que parecía que iban a poner una barrotes nuevos.
-Ahhh… -jadeé mientras sujetaba el brazo de Flori, que ya asomaba sobre el río con la mano a punto de dejar caer mi carta de renuncia sindical; qué buena ocasión para tratar de averiguar si fue un tsunami u otra cosa lo que produjo el estropicio-. Perdónenme un segundo, ¿podría hacerles una pregunta?
-Cómo no, señorita -me respondió uno de los operarios, un tanto sorprendido por la escena infantil de la persecución.
-¿No sabrán cuál fue la causa de la ruptura de la barandilla?
-Señorita, nosotros no sabemos nada de nada; simplemente vamos a ver si lo arreglamos.

Flori me miró cabizbaja, se separó de la barandilla y me devolvió la carta.

-Vamos, que te acompaño al sindicato, a ver si ya está abierto…

No hay comentarios:

Publicar un comentario