martes, 24 de julio de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXXII)

Melchor Lasiesta, de médicos. Temblemos. Vosotros también podéis contarnos las cosas que os hayan pasado ayer (anonimosindocumentados@gmail.com) y leer todas las historias accediendo a http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Ayer, por mucho que me insistió para su cuidado, mi amigo Santi tuvo que llevarse consigo a Paquito al solarium. Una cosa es que el niño me caiga bien y otra cosa es llevarle de la manita a todos los sitios porque su papá tiene tanta cara que no le cabe en la susodicha cabina infernal. Además, mi negativa estaba totalmente justificada: tenía cita en el hospital con el oftalmólogo.

Me gusta ir con tiempo al hospital porque parece que, en este tipo de sitios, el talento se concentra. Es como si lo más peculiar de cada grupo social -ya sea etnia, familia o sindicato- quisiera reunirse en un punto concreto para facilitar el recuento a los que hacen estadísticas sobre la estulticia, y eligieran lugares como los hospitales o los supermercados. Por eso me gusta ir con tiempo: para contemplar, tomar nota y aprender. Y lo suelo hacer desde un punto de vista neutral, como hacen los que realizan los documentales sobre guepardos y ñúes, intentando no intervenir para no romper el desarrollo natural del ecosistema.

De modo que llegué al hospital con más de una hora de adelanto sobre mi cita para ver qué se cocía por allí. Más o menos todo seguía igual desde la última vez que lo visité, ya sabéis, el día del incidente de la taza. Estuve dando unas vueltas por la zona de Información General hasta que mi espera dio sus frutos. Un hombre bastante desgraciado se acercó al mostrador.

DESGRACIADO: Buenos días, señorita. Verá, es que soy daltónico y tengo cita con el oftalmólogo…

La señorita del mostrador le miró con cara de “y a mí qué más me da que sea usted daltónico” y le respondió:

LA DEL MOSTRADOR: Y a mí qué más me da que sea usted daltónico. Para ir a oftalmología siga la línea roja.

Está bien el invento de las líneas de colores sobre el suelo de los hospitales. Lástima que, en este caso, el hombre fuera daltónico, además de desgraciado, y confundiera la línea roja con la verde, que es la que lleva a otorrinolaringología. En mi papel de simple documentalista, me abstuve de decir nada y me limité a seguir al desgraciado. El comienzo de la historia prometía, y la estampa de apocamiento del hombre lo confirmaba. Total, que llegamos a la sala de espera del otorrino, bastante concurrida, y nos sentamos con un par de asientos de por medio, que es una buena distancia para documentar sin levantar demasiadas sospechas. Al cabo de un rato, apareció una enfermera para llamar al siguiente paciente.

ENFERMERA: ¡José Fernández! ¡José Fernández!

Con total naturalidad, el desgraciado se levantó y, como si nada, fue conducido por la enfermera por los pasillos de otorrinolaringología. Sin pensarlo dos veces, les seguí hasta alcanzarlos. Nadie me dijo nada: la enfermera se debió creer que yo era su acompañante, y el desgraciado debió pensar que yo era otro enfermero, pues mi camisa de color rojo hospital la debió confundir, por su daltonismo, con una camisa de color verde hospital. Lo curioso del caso era que la enfermera de otorrinolaringología hubiera llamado a un paciente de oftalmología…

Se me ocurren dos explicaciones. Una: el desgraciado no se llamaba José Fernández y, al comprobar que el verdadero dueño del nombre no estaba presente, tuvo los reflejos de hacerse pasar por él para acortar la espera. Dos: el desgraciado sí se llamaba José Fernández, nombre bastante común, a lo que se añadió el hecho de que coincidió que el otro José Fernández no acudió a la cita, o bien sí acudió y sí estaba en la sala de espera y, tratándose de otorrinolaringología, fuese más sordo que una tapia y no oyera a la enfermera. Mi experiencia como documentalista me hace inclinarme por esto último: no es más descabellado llamar  a alguien de viva voz en la sala de espera del otorrino que orientar por colores a un daltónico.

Así llegamos a la consulta del doctor de las orejas.

OTORRINO: Bien, vamos a empezar por el principio.

Se trataba de un buen profesional, sin duda.

OTORRINO: Métase en esta cabina, colóquese estos cascos y apriete este botoncito cuando aprecie las señales.

El otorrino fue a manejar un aparatejo, yo me quedé en el sitio contemplando al desgraciado por la ventanilla que tenía la cabina, y el desgraciado, aplicando la lógica desde el punto de vista de un daltónico, se puso los auriculares sobre los ojos. Imaginad la escena. El otorrino, de espaldas a la cabina, dándole caña a tope a los pitidos; y el desgraciado, impasible, con los auriculares a modo de gafas de sol. Un minuto después, el doctor se dio por vencido.

OTORRINO: ¡Salga, salga, por Dios, que esto está a punto de echar humo! ¡Está usted más sordo que un baobab!
DESGRACIADO: ¿Que un qué?
OTORRINO: ¿Lo ve? ¿Lo ve? Ande, tome esto. Vamos a ver si lubricándolos un poco… Vuelva a la sala de espera, échese una buena cantidad de este tarro y vamos a esperar cinco minutos a que le haga efecto para poder hacerle una exploración a fondo.

Yo creo que el tarro era de grasa de caballo. En fin, salimos de nuevo a la sala de espera y, tal y como había ordenado el doctor, se echó el desgraciado una buena cantidad… en cada ojo, claro.

DESGRACIADO: ¡¡¡Ahhhhhhhh!!! ¡¡¡Ahhhhhh!!! ¡¡¡Uaaaahhhhh!!!
YO: Joder, es usted un desgraciado…
DESGRACIADO: ¡¡¡Ahhhhhh!!! ¡Que me quedo ciego! ¡Que alguien llame al médico!

Allí veis a todos los de la sala de espera de brazos cruzados, impertérritos. Malditos sordos. Me tocó a mí ir corriendo a llamar al doctor.

OTORRINO: ¡Pero desgraciado! ¡Qué ha hecho usted! ¡Se lo ha echado en los ojos!
DESGRACIADO: ¡Aaaayyyyyyyyy! ¡Pues claro!
OTORRINO: ¡Enfermeros! ¡Enfermeros! ¡Llevadlo rápido a oftalmología!
DESGRACIADO: ¿Cómo? ¡Ya estoy en oftalmología! ¡Aaaaaahhhhhhh!
OTORRINO: ¡Enfermeros, esperen! ¡Llevadlo a psiquiatría! ¡Sufre trastornos espacio-temporales!

No sé muy bien adónde acabaron llevando al pobre desgraciado. Yo sólo sé que, entre unas cosas y otras, llegó la hora de mi cita, y busqué y seguí la línea roja con mucho cuidado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario