jueves, 30 de agosto de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XXXVI)

Esto ya suena un poco a obsesión, amigo Melchor Lasiesta. Pero, en fin, gracias por seguir escribiéndonos. Ya sabéis que vosotros también podéis contarnos las cosas que os han sucedido ayer (anonimosindocumentados@gmail.com) y leer todos los relantos pinchando en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



Ayer fui a visitar a mi amigo Santi y no me hizo falta ni siquiera llegar a su casa para encontrar un argumento para un nueva historia. Me topé, ya llegando a su portal, con su hijo Paquito en plena discusión con un individuo de considerables dimensiones. Por lo menos tenía cuatro: alto, largo, ancho y una cuarta que no le cabía y le sobresalía por la barriga. Había un cómic de Mortadelo y Filemón en el que, para abrir una entrada secreta, uno de estos dos personajes -no recuerdo cuál, pero da lo mismo- gritaba: “¡Los tipos que fuman puro tienen cara de canguro!”. Sobra decir que, en el momento de gritar esa contraseña, aparecía casualmente un tipo enorme fumando un puro y le soltaba un soplamocos a mano abierta que le dejaba mirando a Bielorrusia. Pues el hombre que discutía con Paquito era este. Lo de “discutir” es en realidad un eufemismo, pues el tipo con cara de canguro parecía no tener más argumento precisamente que el de la mano abierta.

Paquito, nada más verme, se refugió detrás de mí y así, sin comerlo ni beberlo, me vi metido en mitad del berenjenal.

YO: A ver qué es lo que pasa aquí.
CARACANGURO: Ah, ¡así que este listillo es tu hijo!

Mentalmente valoré la idea de explicarle que no, que no era hijo mío, que era el hijo engendrado por mi amigo Santi bajo una mesa de la oficina del DNI en un irresistible ataque de pasión dactilar; pero llegué a la rápida conclusión de que no iba a servir para aligerar el problema.

YO: Pues sí, ¿algún inconveniente?
CARACANGURO: El inconveniente es que tu hijo se está riendo de mí, y yo soy muy poco amigo de las bromas. ¿Acaso no te has fijado en mi cara?

Todo esto me lo dijo al tiempo que me daba toquecitos con un dedo en el hombro. No eran muy fuertes, la verdad sea dicha, pero tampoco mi hombro está hecho de acero y teflón; así que cada golpecito me llegó hasta mi más profundo hipotálamo. Pero no era cuestión de soltar un gemido antes incluso de empezar el envite: menuda imagen se iba a llevar Paquito de su nuevo padre de usar y tirar. Me mantuve en pie con aplomo y confié en la palabra propia, y en la de Paquito cuando hiciera falta, para hacer frente a aquel hombre de dedos turbadores.

YO: No, no me he fijado en tu cara porque, desde este ángulo, me la tapa tu barriga.

Eso le habría dicho si hubiera querido ir directamente a una UVI móvil, pero no se lo dije en un claro homenaje a la inteligencia. Sólo lo pensé. La segunda opción se intuía como más provechosa y menos lesiva.

YO: Sí, bueno… A ver, Paquito, ¿por qué te estás riendo de este señor?
PAQUITO: No me estoy riendo de él. Al contrario: se le ha caído una cosa al suelo y yo, amablemente, le he avisado para que la recoja y no se le vaya a perder.
CARACANGURO: ¡Y sigue con la mofa el niñato! ¡Que no se me ha caído! ¡Que he sido yo el que ha tirado la colilla al suelo!

Ahora ya entendía la situación: el hombre arrojó al suelo la cosa humeante con total naturalidad; y Paquito, ignorante aún del incivismo reinante en nuestra sociedad y de la cerdería sin más, le avisó de su “descuido”. Por cierto, el hecho de que fuera una colilla el detonante de la discusión no hacía sino verificar que ese tipo tenía cara de canguro. Tomé parte.

YO: Pues mi hijo tiene toda la razón. No es lugar el suelo para una colilla. Si se te ha caído por error, harías bien en recogerla y en guardarla con cariño para que no se te vuelva a caer. Y si la has dejado caer a propósito porque no te sirve, también harías bien en recogerla del suelo, pues para eso están las papeleras.
CARACANGURO: ¡Y para qué están los barrenderos! ¡Para recogerla del suelo! ¡Jajaja! ¡Le estoy dando trabajo a los barrenderos! ¡Jajaja!

Cogió la colilla del suelo, no sin cierta dificultad relacionada con los michelines, y la volvió a lanzar al mismo suelo con total desprecio en un gesto claramente provocativo. La visión de sus calzoncillos al agacharse ya fue lo bastante provocativa: no habría hecho falta que volviera a tirar la colilla. Pero esto tampoco se lo llegué a decir por idénticos motivos a los señalados unos párrafos arriba.

YO: Ese argumento de los barranderos es un sinsentido mayúsculo, perdona que te diga. Su existencia no justifica las cochinadas evitables, de la misma forma que la existencia de cárceles no justifica los asesinatos.
CARACANGURO: ¿Estás comparando con un asesinato la colilla que acabo de tirar al suelo? ¡Jajaja!

Cada “jajaja” se me clavaba en la dermis como cada dedito en el hipotálamo.

YO: En efecto, lo estoy comparando. Comparar es fijar la atención en dos o más objetos para descubrir sus relaciones o estimar sus diferencias o semejanzas; consecuentemente, en tanto que estoy estableciendo semejanzas entre la existencia de los barrenderos y las cárceles, sí estoy comparando tu colilla con un asesinato.

No sorprenda a nadie que yo utilizara en mi análisis la definición de “comparar” al pie de la letra. Se la escuché a Paquito, diccionario en mano, un día saliendo del Careful.

CARACANGURO: Creo que se te está yendo la olla. Eres un tío raro; se nota que has salido a tu hijo. Todo el mundo tira las colillas al suelo, las cáscaras de pipa, los escupitajos…

El argumentario del caracanguro era tan poco flexible como su cintura. Yo ya estaba a punto de darme por vencido cuando Paquito, seguramente motivado por haber escuchado esas palabras del diccionario tan bien dichas por mi parte, emergió de mis espaldas y abrió el elixir de sus esencias.

PAQUITO: Ya. Pero que todo el mundo haga una cosa no significa que esa cosa esté bien hecha. En tiempo de la Santa Inquisición, era habitual quemar a la gente en la hoguera sin más pruebas que el odio gratuito. Y se ha demostrado que quemar a la gente en la hoguera no está nada bien, en líneas generales. Los jamones se suelen engordar artificialmente para aumentar su peso y tamaño, y no por ello las empresas del gremio actúan correctamente. Los créditos hipotecarios y sus condiciones abusivas están a la orden del día, pero no creo que estés de acuerdo en que esas prácticas estén bien, ¿verdad?
CARACANGURO: …
PAQUITO: Es más. Según Immanuel Kant, la gente debería obrar de forma que su conducta pudiera instaurarse como norma de comportamiento universal.

No sé a qué colegio irá el niño, ni sé qué fibras sensibles o intelectuales llegó a tocar su discurso en el corpachón del caracanguro, pues todas sus fibras parecían grasas; pero el caso es que este pareció comprender y relajó su expresión amenazadora.

CARACANGURO: Ajá, lo tendré en cuenta a partir de ahora.

Y se tiró por el puente romano.

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