sábado, 2 de marzo de 2013

COSAS QUE PASARON AYER (LI)

Echábamos de menos las reflexiones en voz alta de Dulcinea O’Callaghan al despertar. Esperamos también vuestros relatos acerca de lo que os ha sucedido ayer (anonimosindocumentados@gmail.com) y que disfrutéis de la recopilación que puede visitarse en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



Cómo pasa el tiempo. Hace ya un año que os conté lo de los febreintinuevistas y todo eso. Parece que fue ayer y, sin embargo, precisamente ayer me volvió a caer un año más. Veintinueve. Te cagas. Veintinueve. El año que viene, treinta. Adiós juventud… Bueno, eso también lo dije a los diecinueve, por lo que supongo que me toque decirlo a los treinta y nueve y así cada diez años. ¡Espero poder decirlo durante muchos “cada diez años”!

En los años no bisiestos, lo vengo a celebrar el 1 de marzo, como ayer. No lo celebro mucho, en realidad, pero hago como que sí. Pedí el día libre en la oficina y me levanté tarde. Puse a calentar la leche en el cazo y me dio por filosofar. No, no tengo microondas, que no quiero los problemas del colega Melchor. Yo soy más tradicional que la morcilla de Burgos, y pongo a calentar la leche en mi cocina de gas de bombona de butano porque me da la gana. No tengo que darle explicaciones a nadie. A lo que iba: me puse a filosofar.

Pensé en ese paso de una edad a otra por medio del día del cumpleaños. La gente normal tiene todo un día para ese proceso. Yo, salvo en los años bisiestos, tengo un solo instante. Me acuesto un 28 de febrero y me levanto un 1 de marzo, habiendo dejado atrás todo atisbo de fecha especial. Me he de conformar con ese simple instante en el que febrero se convierte en marzo, ese soplido de reloj a medianoche, ese tic-tac que no dura ni un tic-tac y se queda en un tic. Toda la esencia de un cumpleaños condensada en un aliento, en un vacío temporal que ni siquiera existe más allá de mi imaginación, como el agujero de un donuts, que no existe más allá del donuts que lo rodea.

Pero la vida ha reservado a esos instantes sus mejores momentos. Cualquier cosa que dure más de un instante difumina su valor. Un instante es un punto a partir del que se construye una recta, y luego un plano, y luego un espacio. Es una imagen, una fotografía que resume una vivencia.

Un instante dura el momento en que uno se queda de vacaciones. Ese momento es indescriptible. En los días previos, los últimos días de trabajo, estás anticipando mentalmente no las vacaciones sino el momento preciso en que te quedas de vacaciones. Y ya en ellas, se va perdiendo esa chispa según avanzan los días, y todo lo bueno que queda es justamente el recuerdo de ese instante.

El instante en que te quedas dormido. Nadie puede concretar ese momento -ni cuando intentas recordarlo al despertar, ni mucho menos cuando te has quedado dormido-, pero viene precedido de una creciente oleada de bienestar, de reposo, de darte cuenta de que pronto vas a quedarte grogui, y debe ser tan placentero ese momento que te desmayas de puro gusto, y es cuando se dice que te has quedado dormido.

Porque yo estoy segura de que la naturaleza es tan sabia que te impide darte cuenta de los instantes sublimes de la vida, como el nacimiento o los susodichos momentos en que te duermes. Y te los impide recordar para que puedas seguir avanzando porque, si no, te quedarías embelesado en el recuerdo, sin voluntad de querer ir más allá de la autohipnosis, y estaremos de acuerdo en que eso no es bueno para una vida productiva.

Desde este punto de vista, los instantes que son buenos y de los que sí puedes darte cuenta serán buenos, pero no sublimes; y también tendremos que estar de acuerdo en ese punto, pues parece meridianamente claro que quedarse de vacaciones, con ser algo bueno, no debe serlo tanto como nacer.

Queda entonces claro que circunscribir el momento de un cumpleaños a un solo instante nos acerca -me acerca- a los cúlmenes de la existencia. Un segundo en el que el tiempo pasa a través de mí, pero ni siquiera me toca. Trasciendo al paso de las hojas del calendario y, sin embargo, puedo reflexionar, y dominar y moldear el sentimiento que produce en mí.

En definitiva, la vida es vida en tanto que instante: ese momento del nacimiento, ese momento del contacto con el sueño, ese momento en que la leche hierve y se sale del cazo…

Me está bien, por gilipollas. Al final me compraré un microondas.

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