miércoles, 21 de marzo de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XIX)

El enrevesado mundo interior de nuestra incansable amiga Dulcinea O’Callaghan se desparrama con fuerza en este relato con el que probablemente nos sentiremos muy identificados. No dudéis en contarnos cualquier cosa que os haya pasado ayer (anonimosindocumentados@gmail.com). Para leer todas las historias, pinchad en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Cuando ayer por la mañana me levanté y me miré en el espejo del baño, todo el peso de mis 28 años recién cumplidos cayó sobre mí. Podría decirse que una cara legañosa, aún adormilada, embutida en un pijama sin más forma que los vuelos de las mangas y las perneras no entiende de edades y aplaca los ánimos de trolls y ninfas por igual. Podría decirse que 28 años no son muchos, son más bien pocos. Podrían decirse muchas cosas. Pero yo sabía de sobra que mi rostro y todo mi cuerpo en general sufrían una carga genética que aplastaba cualquier otro comentario de la misma manera que el espejo del baño aplastaba mi autoestima.

No soy yo una chica especialmente fea, ni mucho menos especialmente guapa. Esa es la cuestión. He heredado cada una de las características físicas más insulsas de mi madre y de mi padre. Podría tener la nariz aguileña de papá, que parece uno de esos cacharros para abrir latas de melocotón en almíbar, pero mi nariz es patéticamente normal, de tamaño medio e inclinación estándar. Podría tener los ojos insultantemente minúsculos de mamá, cuyas intenciones nunca sabes porque ni siquiera la expresividad encuentra sitio entre las pestañas, pero tengo unos ojos corrientes, de color marrón como todo el mundo, ni siquiera miopes para poder adornarlos con unas gafas fosforescentes o de culo botella, da igual. Podría haber sacado las canas de papá, que ya fue a la mili ondeando melena blanca en una clara muestra de su pacifismo, pero mi cabello es también marrón, ni siquiera castaño, que suena mejor. Es marrón. Mis tetas podrían dar botes como las de mamá, incapaces de ser sujetadas por sujetador alguno sobre la faz de la Tierra, pero yo encuentro talla en cualquier tienda en la sección Sujetadores Talla Vulgar.

Evidentemente, preferiría ser guapa a una chica del montón como soy, pero también preferiría ser fea. Me gustaría que se fijaran en mí por cualquier detalle que sobresaliera de lo común: una barbilla derribamuros, unas orejas antimisiles. Que pudieran decir: “¡Ah, sí, Dulcinea, la del culo mausoleo!”. Pero nadie puede decir eso porque nadie sabe cómo describirme. “¿Has visto a Dulcinea?”. “¿A quién?”. “A Dulcinea, la de…, la del…, la…, a Dulcinea O’Callaghan”. Es así: lo más llamativo que tengo es el nombre.

¿Cómo reaccionaría un cirujano estético si le dijera que me hiciera unos retoques? “No te puedo hacer unos retoques porque no tienes nada de donde agarrar”. “¿Cómo?”. “Si tuvieras una barbilla derribamuros, podría limar de aquí y de allá; si tuvieras unas orejas antimisiles, podría…”. “Ya, ya, no hace falta que siga. ¿Y no podría darme una paliza para desfigurarme el rostro como en las películas?”. “¿Como en qué películas?”. “No sé, alguna habrá”. “Mira, lo que puedes hacer es dejar pasar unos años, esperar a que la flacidez haga su trabajo, y entonces vuelves por aquí para ver lo que podemos arreglar, ¿de acuerdo?”. “¿Cuántos años?”. “¿Cuántos tienes ahora?”. “28”. “Un par de ellos…”. “Joputa…”.

Nota a pie de página: la próxima casa que compre, que no tenga espejo en el cuarto de baño.

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