miércoles, 7 de marzo de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XVII)

Dulcinea O’Callaghan vuelve a compartir con nosotros uno de sus notables ensayos basados en algo que le ocurrió ayer. Estimados lectores, os recordamos que podéis compartir también vuestras experiencias a través de nuestro correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com) y acceder a todos los relatos haciendo clic en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Ayer, como otras tantas ocasiones, estuve reflexionando en ese rato de duración indefinida que precede al sueño. Mis pensamientos me condujeron a lo que aconteció el pasado 29 de febrero, que no fue otra cosa que la reunión que celebramos los febreintinuevistas cada cuatro años.

Y es que yo nací un 29 de febrero. Parece que eso es algo bastante excepcional, pero calculando a ojo seremos unos cinco millones de personas quienes podamos decirlo, y cinco millones no es precisamente una cantidad pequeña. Lo que ocurre es que, con los grandes números, se pierde la perspectiva de las cosas, y sólo cuando te ciñes a la escala local es cuando te das cuenta de la soledad de los febreintinuevistas. Así que nos reunimos cada cuatro años, coincidiendo con la señalada fecha, para celebrar nuestra singularidad o para emborracharnos hasta las patas, que para esto último cualquier motivo parece bueno.

Somos pocos febreintinuevistas en la ciudad y alrededores, por mucho que sea una gran ciudad con grandes alrededores. De los que somos, la mayoría no saben de la existencia de estas reuniones periódicas. De los que lo saben, muchos pasan del tema. En resumen, no solemos ser más que un par de puñados de personajes que nos conocemos básicamente por vernos una vez cada cuatro años. De hecho, en una ocasión se nos coló un impostor, que vio posibilidad de fiestuqui, y nadie se dio cuenta de ello hasta que abrió la boca para decir la necedad de que cumplía 41 años.

Este último 29 de febrero, aunque no se nos coló nadie, fue la cita más animada de las tres a las que ya he asistido. Entre vinillo y vinillo surgió la propuesta de cambiar la frecuencia de las reuniones: hacerlas todos los años en vez de cada cuatro. Enseguida se crearon dos corrientes bien diferenciadas. “¡Cada cuatro años es mucho! ¡Se pierde la continuidad!”. “¡Pero la anualidad supondría la pérdida de la esencia de nuestra singularidad!”. “¡Pero nosotros cumplimos años todos los años como todo el mundo! ¡Celebrémoslo una vez al año!”. “¡Pero los José se llaman José todos los días y no por eso lo celebran todos los días! ¡Se adaptan al calendario y así debemos hacerlo nosotros!”. “¡Pero este vinillo está muy bueno y en cuatro años se va a picar!”. “¡Los Juegos Olímpicos son cada cuatro años!”. “¡Las mareas siguen la fase lunar!”… Y cosas por el estilo.

Al final se produjo una votación. Los anualistas la cagaron porque no fueron capaces de presentar una candidatura única y sus votos se dividieron entre los que querían celebrarlo los 28 de febrero y los que querían el 1 de marzo, de manera que salió elegida la opción de seguir reuniéndonos cada cuatro años, que precisamente fue lo que yo voté.

Fueron estos recuerdos del citado acontecimiento los que anoche me llevaron a reflexionar sobre la incoherencia de nacer un 29 de febrero y celebrar el cumpleaños otro día -por ejemplo, el 28- cuando el año no es bisiesto, que es casi siempre. Si uno nace el 29 de febrero, lo tiene que hacer con todas las consecuencias. En mi caso, aunque biológicamente tenga 28 años recién cumplidos, legalmente debería tener sólo 7, pues únicamente se cumplen años en la fecha coincidente con la de tu nacimiento, y eso solamente ocurre cada cuatro años.

Y me puse a reflexionar acerca de las ventajas e inconvenientes que tendría el hecho de cumplir un año legal cada cuatro biológicos.

Ahora tendría problemas para encontrar un traje de la primera comunión que me valiera. Eso sería un inconveniente. Por el contrario, tendría argumentos para poder decidir no hacer la primera comunión. Eso sería una ventaja.

Iría a 2º de Primaria y sabría más que la profesora, y en temas de informática sabría parecido a los alumnos. En estos dos aspectos no habría demasiada diferencia con la realidad.

No podría trabajar hasta dentro de… muchos años. Eso debería ser una ventaja. Pero me jubilaría doscientos años después, el sueño de los empresarios. Aunque me tendrían que pagar mogollón de cuatrienios. Uf… ¿Cuántos cuatrienios podría cumplir empezando a trabajar a los 72 años?

Más inconvenientes: no podría conducir hasta los 72 años. Tampoco podría ir a la Universidad, ni votar... En resumen, no podría conducir hasta los 72 años.

Si fuera un chico y todavía hubiera mili, me llamarían a filas a esos 72 años de edad. Desfilaría con garrocha y no con pistolón, y tendrían que tocarme la corneta a ras de sonotone.

No podría ser Presidente de Mesa Electoral hasta los 72, y podría delinquir y ser enjuiciado según la Ley del Menor. Eso sí que sería un chollo.

Si tuviera un hijo, salvo que este también fuera febreintinuevista, cumpliría años cuatro veces más rápido que yo, por lo que pronto sería legalmente más joven que él y se producirían una serie de paradojas como que tendría que ir acompañado por mi hijo para poder comprar un güisqui.

Podría usar los parques infantiles por lo menos hasta los 48 años. Siempre que me cupiera el culo.

Qué complicado. ¿Merecería la pena, por tanto, cumplir un año legal cada cuatro biológicos? Tendría que encontrar un argumento definitivo…

¡Al sinvergüenza de mi ex-novio podría denunciarle por pederasta!

Voy a empezar a reunir firmas…

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