miércoles, 28 de marzo de 2012

COSAS QUE PASARON AYER (XX)

Nuestro fiel colaborador Melchor Lasiesta nos cuenta su reflexiva experiencia de ayer. Al igual que el bueno de Melchor, podéis relatarnos todas las cosas que os hayan pasado el día de ayer por medio de nuestro correo electrónico (anonimosindocumentados@gmail.com), y leer todas las historias en http://www.cosasquepasaronayer.blogspot.com/.



Como ciudadano que soy, la cosa política me debería interesar más de lo que me interesa. Reconozco que yo soy responsable de parte de esta desgana que me subyuga, pero no es menos cierto que los políticos parecen poner todo su empeño en que esta situación no cambie. Sus disputas de patio de colegio echan por tierra todos mis intentos de acercarme al fondo de los asuntos. A la espera de un grupo político con cuya madurez me pueda identificar, sigo votando en blanco.

Como trabajador que soy, la cosa sindical debería llevarla en mis venas más de lo que la llevo. Pero, en casi todos los sentidos, los sindicatos no dejan de parecerme también partidos políticos, por lo que valga para ellos lo susodicho.

Expuestas así las ideas previas, ayer trataba de posicionarme sobre la pertinencia de la huelga general convocada para mañana. Entiendo las razones profundas que, a favor o en contra, defienden desde uno u otro bando; pero no he encontrado aún a nadie que sepa desarrollar esas cuestiones abstractas en el contexto actual hasta llegar a una conclusión que me haga inclinarme hacia una postura o la opuesta. De tal modo que me lancé a la calle y, en busca de esos argumentos, entré en la sede de mi ciudad de uno de los sindicatos mayoritarios.

Una chica treintañera pintaba una pancarta en el suelo.

YO: Buenas tardes. ¿La secretaría, por favor?
CHICA TREINTAÑERA: Buenas tardes. La secretaría está aquí a la derecha, pero no vas a encontrar a nadie: la secretaria soy yo. ¿Puedo ayudarte en algo?

No albergaba esperanza de que brochoparlante alguna fuera a solucionar mis dudas, que habitaban en una esfera bastante más elevada que el suelo sobre el que su culo se arrastraba. Pero tampoco me esperaba un trato tan atento en primera instancia, acostumbrado a estar rodeado de cagüendioses y joderes doquiera que fuese.

YO: A lo mejor sí puedes. Venía a que me convencieras de por qué tengo que hacer huelga pasado mañana.

Abrazada a sus rodillas y sin soltar la brocha, comenzó a hablar con cierto entusiasmo sobre la crisis, los bancos, la ultraderecha, el paro, los recortes sociales, la reforma laboral, la opresión empresarial, los artículos 7 y 28 de la Constitución de 1.978, la República, la Constitución de 1.812… Yo escuché bastante menos distraído de lo que cabía esperar, aunque ciertamente fue una parrafada de mucho cuidado.

YO: Vamos a ver si lo he entendido bien. Me estás diciendo que, en las circunstancias actuales de crisis económica, paro y bla, bla, bla, los sindicatos os veis empujados sin remedio a convocar una huelga general, máxime cuando la Constitución Española os da respaldo para ello.
CHICA TREINTAÑERA: Efectivamente, podría resumirse así. Lo has entendido perfectamente.
YO: Es más. No creo equivocarme si digo que la actividad propia sindical en este contexto particular no es ni más ni menos que llevar a los trabajadores a la huelga general. Es vuestro cometido y razón de ser.
CHICA TREINTAÑERA: Exactamente. Un sindicato se define por eso.
YO: Pero entonces, la misma huelga que hace que un panadero deje de amasar panes y un profesor no imparta clases debería hacer que los sindicatos no llamaran a la huelga, ¿no?

Prometo que este razonamiento -que ni siquiera sé si es una paradoja, contradicción, sinécdoque o metonimia- me salió directamente del alma, y al alma le debió de llegar a la chica, porque se quedó en esa misma postura como una estatua, sin pestañear, sin articular palabra. Incluso la brocha dejó de gotear. Por solidaridad yo me quedé igual, y el mundo pareció estar congelado durante unos instantes de difícil medición. Finalmente, la chica bajó la cabeza, fijó su mirada en la pancarta a medio hacer, volvió a mojar la brocha y trazó unas cuantas líneas. Yo seguía observando sin prisa, hasta que levantó la brocha con asertividad, me clavó sus pupilas y dijo: “Si no pintamos esta pancarta, ¿qué pintamos entonces?”.

Las respuestas que consisten en otra pregunta siempre me han provocado inquietud. En ese momento tenía que decidir por contestar con otra nueva pregunta y crear un bucle infinito o por no decir nada y salir por la puerta por la que había entrado con la misma duda en la mochila. Opté por esto último, no sin antes darle un par de besos a la chica; no era especialmente guapa, pero un rostro treintañero no se tiene tan cerca todos los días y algo de provecho había que sacarle a la jornada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario