lunes, 26 de diciembre de 2011

COSAS QUE PASARON AYER (IX)

Se nos une a nuestro club de anónimos indocumentados una nueva amiga de procedencia ciertamente inesperada. Ya sabéis que podéis contarnos las cosas que os ocurrieron ayer por medio de anonimosindocumentados@gmail.com y leer todas las historias en www.cosasquepasaronayer.blogspot.com.



Estimada señorita O’Callaghan:

Leo puntualmente tus relatos y te felicito por la sencillez con que nos muestras tu complejo mundo interior. No obstante, si bien hasta ahora había mantenido cierta complicidad con lo que leía, tu historia de la bola de cristal me mueve a la réplica cuando no a la crítica y a la censura.

Me resulta difícil saber por dónde empezar, tal es el desorden moral y emocional que revelan tus palabras. Sin ir más lejos, planteas con natural desfachatez si el hurto que se deduce que has llevado a cabo es algo bueno, malo o normal. Y no solamente lo planteas; nos quieres hacer partícipes de tu ruptura con los Mandamientos de Nuestro Señor, pidiéndonos que justifiquemos lo injustificable bajo el paraguas del “todo vale si a mí me viene bien”. No seré yo quien defienda la actividad anticristiana de la gitana, pero tú aceptaste la tarifa por sus servicios, y eso no te da derecho a apropiarte de su mobiliario o herramienta de trabajo por mucho que sólo la vayas a llenar de agua. Este hecho, reprobable a todas luces ante la gente de bien, no merece más discusión dada la naturaleza irrefutable de mi verbo.

Ahora bien, este aspecto es secundario: irás al Infierno por robar y allí te las entenderás con el Diablo o sus acólitos si aquel está ocupado con mayores ladrones, que los habrá. El hecho más preocupante, que me turba sin reposo y que he de combatir de raíz para que no se convierta en ejemplo del Mal, es la alegría con que otorgas a la metafísica y a la parapsicología el poder que sólo a Dios le corresponde. Cuando leo que intentas soldar una grieta invocando a no se sabe qué ciencia a través de la capacidad de concentración de tu demediado cerebro, los cimientos de mi profunda Fé se cimbrean como la lengua de una serpiente al detectar olor a podre. Y escribo Fé así, con mayúsculas e incluso con tilde, para diferenciarla de la pseudo-fe que te mueve a ti y a todos los que, como tú, sois esa misma podre. ¡De verdad alguien puede creer que por medio de esas patrañas de magia negra ibas a lograr arreglar tu mundo de resquebrajaduras!

¿Y podría haber desaparecido la grieta con la obra y gracia de la Fé divina? Lo que está claro es que nunca lo podría conseguir un alma mezquina y labrada en los cenagales de una imbecilidad como la tuya. A mí, mi Fé jamás me falla. Para que este discurso, que pasará a ser tu Biblia a partir de hoy, pueda ser publicado en esta sección, te iluminaré brevemente con la experiencia que viví ayer, y que muestra inequívocamente el poder de mi Fé.

Caminaba yo por el claustro de mi convento para asimilar la frugal comida de Navidad, acorde con nuestro voto de pobreza, cuando fijé mi vista arriba y vi cómo me miraba una de las gárgolas de un capitel. Se burlaba de mí con su gesto grotesco, con la fiereza de sus dientes y la viveza de sus iris de piedra. Estaba claro que se iba a avalanzar sobre mí. Cerré los ojos con fuerza y le pedí a Dios que me protegiera del ataque del siniestro monstruo. Efectivamente, mi Fé consiguió que la gárgola permaneciera en lo alto del capitel.

Nada más que decir.

Atentamente,

Sor Pullido.

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